RADIO PIANO BAR

07 junio, 2012

MI NACIENTE PRIMERA VEZ

(Extracto de la obra en curso El Puta Madre) Me dirigí, como era ya costumbre en mis afanes cotidianos, al baño de servicio, que contaba simplemente con una ducha y el infaltable guater. Tiré los calzoncillos a la entrada de la puerta y abrí el chorro de agua fría. Me encantaba despertar de esta manera, me hacía resentir todas las energías que el cuerpo había recuperado luego del sueño de la noche. No me fijé realmente que me había levantado una hora antes de lo acostumbrado, sino cuando siento los pasos de Aída, presta también a tomar su ducha, aquí en el baño de servicio. Yo estaba ya en el secado y al sentirla un cosquilleo bastante agradable me recorrió el cuerpo. Nervios, ansiedad repentina, curiosidad de improviso, cómo se llame el momento, lo cierto es que todo sirvió para alterar de tal modo mi tranquila ducha diaria, que me quedé inmóvil y silencioso esperando el atractivo desenlace que se anunciaba. Era evidente que la niña al sorprenderme simplemente con la toalla, que a propósito secaba mi encanto masculino —pensé yo— emitiría una sonora exclamación. !No! no necesariamente por mi desnudez ni por mi atributo, simplemente por que ella también se presentaría casi desnuda y dormitando todavía de manera a enfrentar los quehaceres propios de su trabajo. Al verme sólo atino a taparse sus incipientes senos al tiempo que yo le hacía señas de no emitir grito alguno con un desesperado y silencioso shissssssssss. Mi sorpresa se acrecentó cuando la diablilla, no sólo no emitió ruido alguno, sino dejó caer sus manitos y se desprendió sus modestos calzoncitos y se metió a la ducha mirándome de sus ojitos reidores y casi rozando mi ya durísima y cristalina realidad. En ese insoportable interno, sin saber si agarrarla y con altanero machismo hacerla mía en los segundos que seguían, me repetí las herejías mas altisonantes de mi ordinaria y mortal humanidad. Ella podía reírse, mofarse incluso, sabía que la responsabilidad era exclusivamente mía y no hacía nada por mejorar mi mórbido inmovilismo. Al contrario empezó a jabonarse con una precaria sensualidad. Mi desatino fue total y mi toalla, única protección a mi inalterado pudor se fue al suelo. De forma instantánea quise retirarme, huir despavorido pero estaba paralizado. Era primera vez que tenía ante mis ojos un cuerpo desnudo que mis ojos recorrían en tres direcciones veloces, sus ojos, sus senos y su pubis. Con el agua fría sus nacientes mamas endurecieron unos diminutos botoncitos que empezó entre a lavar y a acariciar al mismo tiempo. El terror de la aparición de mi madre, de mi padre fue más poderoso que mi alborotada naturaleza, por lo que le supliqué que esperáramos el momento oportuno. Ella se sonrío y me aprobó con la mejor de sus sonrisas. Rocé sus botones y me los llevé a la boca, para cerciorarme que el lenguaje hasta allí gestual obedeciera exactamente a lo que nos proponíamos. Subí hasta mi cuarto, en el momento que mi padre ya empezaba a dar las primeras señales de otro despertar que ya empezaba a ser laborioso. Al saberme bastante adelantado a mis horarios habituales, una vez que me vestí bajé a la primera planta y con un libro en la mano salí a la calle con la idea de estudiar. La mañana era aún cálida esos primeros días de marzo. No pude concentrarme, fue inútil intentarlo, la dulce más que sensual imagen de Aída se me repetía sin cese en mi alborotada cabeza. Tanto era mi desequilibrio emocional, que estaba seguro que debía volver a ducharme. Al volver de la calle, mi padre me miró felizmente sorprendido pero no dijo nada, no así mi madre que preguntó bastante sorprendida —Y tú? Afortunadamente no alcancé a responder puesto que aparecía Aída con el desayuno y al mismo tiempo preguntaba —¿Va a desayunar don Jaimito?. Si (mijita rica) Aída, por supuesto, puedes servirme mientras me lavo las manos. Pasaron los días y la oportunidades no se daban, incluso la cosa parecía enfriarse por sus propios méritos y hasta llegué a pensar que no había pasado de una inexplicable casualidad. El momento, sin embargo, me siguió incansablemente y terminaba como todas las excitaciones juveniles. Me estaba dando una rabia y crecía con ella la maldita impotencia de no tener el poder de decidir, ni de hablarle, ni casi de mirarla de nuevo a sus ojitos. …. Tres o cuatro semanas habían transcurrido y ya pensaba olvidarme del asunto, justo en el momento en que se me produce un fuerte dolor de estómago. Salgo de mi pieza y me dirijo al baño principal que rodeaba los cuatro dormitorios, que contaba la planta alta. Abrí la ventana y justo en ese momento percibo la diminuta figura de Aída, le hago signo con la mano y me vuelve a sonreír. Le envío un beso y ella repite el gesto de dirigirlo a sus pechos. La virilidad olvida dolores estomacales y le hago entender que me encantaría besárselos. Me dice con la mano que baje, le digo que es imposible por la cercanía del dormitorio de mis padres y por el crujido de la escalera que lleva a la planta baja. Le sigo enviando besitos y ella hace el gestual de recibirlos siempre en esos senos que me parecen un tanto creciditos. De pronto se me ilumina la testa al acordarme que en el cuarto próximo a la cocina, mi padre guarda una escalera. Ya los gestos no sirven de nada, le hago signo de esperar. Salgo del baño y el silencio es absoluto, todos duermen, de mi pieza, esforzándome de no hacer ruido, alcanzo una hoja de cuaderno y un lápiz y escribo con letras grandes… Ve a la pieza de cachureos y saca sin hacer ruido la escalera y la afirmas contra la ventana y subes. Esperé con el alma en un hilo. Aunque el ruido era imperceptible, cada movimiento me parecía un trueno satánico. En fin, ya con la enorme escalera en su poder la dirigió a la ventana, desde allí yo la pude ayudar y no hubo ruido que delatara nuestras osadas pecaminosidades. Aída desde abajo me pedía que yo bajara, pero era más peligroso ya que debía dejar la puerta de baño cerrada y de seguro que nos sorprenderían, en cambio si ella subía, era más fácil responder y hacer esperar si era menester, las posibles necesidades de los otros habitantes del segundo piso. Aída subió ligerita de ropas, en la misma escalera acerqué mi boca a esos botoncitos que besaba, chupaba y volvía a besar. Ella se colgó de mi cuello y se dejaba acariciar con furiosas ganas. El momento era único… It’s now or never, me dije sin dejar de entonar a Don Elvis. La tomé de sus axilas y la elevé hasta traerla a la sala de baño. Le tapé la boquita con un rico y dulce beso, y la senté dulcemente entre mis rodillas. Entre besos y suspiros ahogados la fui acercando con dulzura, como era mi naturaleza romanticona. Hablo de mi naciente primera vez, porque para mi exquisito placer Aída resultó estar intacta. Así y todo, con el fuego y la pasión desatada supe acallar los suspiros y el estallido final en un beso que no olvidaré jamás. Mi contento no tenía límites, EVA LUNA (En homenaje a nuestra querida amiga Emna Codepi, a su generosidad, a la vida, al afán de superación y al valor de enfrentarla) con el cariño y respeto que merece. La vi retratada en una minúscula fotografía, sin embargo su sonrisa fue una curiosa y dulce manera de fijar mis atenciones en aquella hermosa mujer, EVA LUNA, que se tejía tras su dulzura, su sonrisa y su mirada. No me extraño en lo mínimo, lo cariñoso de su quehacer para todos sus colegas poetas y poetisas, tampoco me sorprendió que aceptara mi amistad con aquella alegría que yo ya había adivinado en sus ojos. Lo que si, no imaginé que me quedaría revoloteando en mi entelequia, su rostro y su quehacer. Tuve la curiosidad de mirar sus fotografías y traté de leer algo de su biografía. En sus fotos percibí la tremenda mujer que se escondía en esa primera y diminuta fotografía, que me atrajo hacia ella. De su biografía no obtuve grandes informaciones, salvo lo que me llevaba al encantador mar caribe. Quería saber más, era evidente. Deslumbrado de su porte, de su elegancia y de su aplomo, supe que se trataba sin embargo de una mujer llena de dulzura. La vi delante de un atril en posición de enorme beneplácito, pintado, escapando a la monótona realidad de las cosas. Me alegré, estaba descubriendo una mujer un tanto diferente. Todo esto sucedía en medio del frío y la oscuridad del hemisferio en que se alojan mis huesos. Claro en Octubre había dejado los cuidados de mi madre y de pronto el diminuto departamento que compartía con ella, se me hizo enorme. Mi soledad se hizo demasiado evidente. Supe que Eva, además era una chica que entregaba su solidaridad a muchos niños alejados de sus familias, otros huérfanos y muchos de ellos en condiciones inhumanas. La Navidad estaba cerca y ella se multiplicaba en sus quehaceres para atender a esa clientela. De pronto mi niña desaparece misteriosamente de la Red. Fue antes de Navidad y llegué a maldecir mi suerte, pues ya me había regalado ricos besos que decía podría utilizar a discreción y hacerlos míos a mi antojo. Me gustó este desenfado, es más empezó a enamorarme. Mi experiencia si, me obligó a no prenderme en forma desmesurada y me dije que podría obedecer a su natural forma de ver la vida. Sabemos que existe gente menos desprejuiciada que otros y que aman ejercer su propia libertad. Me empecé a resignar, aunque buscaba su correo que le solicité casi con vehemencia antes de su desaparición, pero sin embargo no lo obtuve. Alguna razón tendría me dije y me conformé con al menos esos bellos recuerdos que había acunado en mí. Miré un tanto entristecido los adornos de mi entelequia, sin embargo sabía que allá afuera de mis sueños …la función debe continuar. Derechos Reservsdos © Monsieur James

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