RADIO PIANO BAR

31 enero, 2011

CAMINOS DE AMOR Y OCASO 2011

Se instala el amor con sus susurros
Y creo en la verdad de sus desvelos
No dudo un instante del flagelo
Y soporto estoico la traición.

Mas, me dicta el corazón
Que el amor es puro y es eterno;
Claro, el del cuaderno borrador
Que oculta y calla mis secretos.

Les cuento:

Lo sentí llegar recuerdo
Yo estaba recién en el colegio
Se hablaban nuestros ojos
En medio de autoritario silencio.

Margarita la llamaban aunque
En fin, amor tuviste muchos nombres
Imposible olvidar a Herminia
En mis congojas de hombre.

Entre ellas hubo prostitutas
Cuyo amor aún conservo
Terco, rudo, miserable tal vez
Pero amor al cabo ¡por la mierda!

Entonces conocí a Pilar
Y comenzaron mis sueños
Y una tarde en altar
Ella prometía al Eterno
Yo de un banco la lloré
Y se me vino el Invierno.

Cuando estuve ya sereno
Tuve hijos y hasta me casé
Una tarde sin recuerdos

Hoy, sin embargo, en mi
Otoño y soledad
Soy feliz pues llegaron nietas
Y en la cumbre de mi ocaso
El amor, no, no el amor
No me ha dejado huérfano.

28 enero, 2011

EL COLUMPIO DE NATALÍ


Natalí se columpiaba distraída y distante en el area de juegos del parque Bustamante.
Le gustaba el vaiven acariciador del viento que entraba por sus hermosas piernas, puesto que lucía una hermosa mini-pollera.
Ya cansada del esfuerzo de darse los impulsos por sus propios medios, que ya no siendo tan intensos como al principio, habían disminuído tambien ese maravilloso sentir que la hacía estremecer, sin que ella misma se diera cuenta del porqué, se dispuso a abandonarlos.
Al momento de bajarse, vio que pasaba un hombre por detrás de las rejas que dilimitaban el area de juego.
Obedeciendo más a un impulso que a otra cosa, lo llamó:
—Señor, señor…
El Individuo la observó como obedeciendo a un llamado de auxilio, y por esas cosas de la vida acudió presuroso a prestarle ayuda.
Ella lo miró temerosa, como arrepentida de su insensato impulso, y lo tranquilizo, diciendo:
— oh, disculpe, soy una tonta caprichosa
— no te disculpes mi niña, de pronto esas cosas ocurren, no es grave, disponiéndose a abandonar el lugar.
— señor, antes de irse quisera ayudarme a impulsar este columpio, por favor
— con gusto, profirió el hombre y se dispuso detrás de la chica a empujar la nave.
— más fuerte por favor, clamaba la chica, mientras de su boca aparecían verdaderos gemidos de placer.
— Más el vaivén aumentaba, más Natalí parecía gemir a medida que aumentaba el placer entre sus piernas.
El hombre, de pronto pareció hipnotizado por el vaivén, por el susurro, por el sonido de faldas al viento y cambió de posición, llevandolo a estar frente a Natalia.
— Gracias dijo la niña, al tiempo que juntaba sus piernas, por delicado pudor
— Quieres que siga?
— Ohhhh si, si no le molesta caballero.
— No me digas caballero, dime simplemente James.
—Okey James
James tuvo a la chica de frente y no pudo disimular su propio encanto, mirando esas piernas, por donde el viento parecía enjendrar todo el júbilo de la impúber Natalí.

Ella cerró sus piernas con fuerza, pero al mismo tiempo una coqueta sonrisa de agradecimiento aparecía en su rostro.


— tienes bonitas piernas, lanzó James
— James, por favor no me haga ruborizar
— De veras, insistió
Mirando sus ojos que parecieron sinceros, ella las entreabrió de un milímetro
— Ahora eres tú la que me pone nervioso confesó James.
— Te gustan de veras James?
— Realmente son hermosas…
— Natali, dijo ella
— Si Natali son bellísimas, como tu nombre, le dijo.
— Me encanta lo que dices dijo entreabriendo otro poquito sus delicados encantos.
— Más dijo Natalí como suplicando
— Si, más agregó James
— Los impulsos cobraron el sumum
— Y las piernas de Natali ya subyugaban a James.
— Te parece si nos columpiamos juntos?
— No digo que no…. Le dijo detras de una coqueta aprobación
Hubo momentos, segundos, minutos o tal vez una eternidad, en que James titubeo de su propio entusiasmo. Tuvo temor, sintió miedo del después, de lo que pudiera seguir, en la coquetería de Natalí, no existía ese problema, para ella se trataba sólo de un momento muy agradable y que probablemente no recordaría al día siguiente.
—pero debes decirme, de que se trata… sin dejar de sonreír
—olvídalo, creo que no debe ser…
—¿quieres explicarte James? ¿Ves algo malo?
—si, creo que si Nat, en realidad los dos en el columpio… me parece un poco aventurado, aunque no podría negar que sumamente agradable.
—de eso se trata James de tener una tarde agradable, dijo ella con toda la impunidad de su inocencia.
—pero hay más, y me asusta que no llegaras a comprender mi niña.
—¿comprender qué? Insistió Natalí, llena de dudas.
—la naturaleza del hombre. Los misterios de su propia naturaleza, incluso tu propio despertar.
—a dónde quieres llegar James por favor. Dilo.
—okey, ya te dije que eras muy graciosa, y que me gustas, ¿recuerdas?
—si
—bueno también debes recordar que de alguna manera te sentiste de alguna manera sorprendida y me hiciste saber que te ponía nerviosa, semejante declaración.
—si, así es tienes razón, ¿acaso debo preocuparme?
—por supuesto Natalí. por supuesto. Existe en este caminar, muchas cosas que yo mismo no alcanzo a comprender todavía, pero que ocurren.
¿Has escuchado hablar de la palabra “gustarse” “amor” “deseos”?
—gustarse, si, amor también pero deseos, confieso que no. Amen que se parezca a lo que experimento cuando me columpio… dijo al tiempo que se ruborizaba.
—efectivamente Nat, la aseguró él. Ese rubor a lo mejor te ayuda a comprender.
La chica caviló, se asustó de verdad y sin decir palabra, apartándose de James, echó a correr.

COINCO DEL 1950

PUBERTAD EN LLAMAS

A mis hijos, nietas, familia, amigos
y a mis recuerdos.
15 de Noviembre 2010

Registro Propiedad Intelectual : 5720154 England
I.S.B.N : 978-1-4357-8923-4 CID 9946235

Diseño de portada: Jaime León Cuadra
A Manera de Prólogo: Jorge Judah Camerón
Fotografía: Coinco
Mención Especial: Aurea Ibañez Z.
Coordinación Editorial: Jaime Léon Cuadra

Derechos Reservados 2010 © COINCO DEL 1950 - Pubertad en Llamas - Jaime León Cuadra.
monsieurjames@videotron.ca

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro
por cualquier medio, sin la autorización expresa del autor,
excepto para fines periodísticos, si se indica la fuente.

Jaime León Cuadra


PREÁMBULO
Llevo olor a delantal
a ramasijos de tierra
dulces de mora y sandial
y en mi solemnidad
fragancia de hembras y flores.

En los niños y niñas, los preludios de la sensualidad, sobre todo, en épocas, aunque parecen recientes, son ya muy desusadas, vetustas, confrontadas en la realidad y virtualidad de hoy, estas etapas siempre fueron, serán y seguirán siendo de enorme trascendencia, tanto en hombres como en mujeres. Junto con el acelerado desarrollo físico, se producen cambios de orden afectivo. Así junto con aparecer las primeras manifestaciones de atracción física por el sexo opuesto, también surge, espontáneamente, la fascinación sensitiva y que comúnmente denominamos “química” y posteriormente marcará el inicio de la seducción amorosa. Pese a las épocas marcadas por cambios impresionantes a nivel tecnológico, de orden urbano e innombrables otros factores pertinentes, este tema -guardando las debidas proporciones- sigue siendo tan semejante, como al principio de la creación o la aparición del hombre en el planeta.

Es así, que en cada época, los jóvenes de acuerdo a sus realidades sociales, posibilidades que les brinda el entorno y sus motivaciones, aprenderán por si mismos a enfrentar los misterios de las nuevas curiosidades a las que su propio cuerpo y mente los confronta.

Esta historia, se sitúa en una época muy particular y que pudo llamarse la revolución sexual. Pero no se refiere obligatoriamente, sin excluirla de plano, a ese orden social, sino que nos muestra con más recato, entre los protagonistas bien entendido, esa suerte de batalla entre lo prohibido “por fanatismos conservadores y puramente religiosos” y la natural consecución del desarrollo puramente normal de la biología humana.

En esta historia se recrearán situaciones, muchas veces buscadas otras aparecerán por esos inconfundibles de la causalidad tan de moda y la casualidad que está más de acuerdo a la época de esta novela, sin dejar de lado todo ese retraído y tan natural despertar sexual que va ir tomando profundidad al interior de situaciones, que en el momento, aún incluyendo el despertar erótico, parecían las más lógicas.

Estos periodos llamados de pubertad, comienzan entre los ocho y trece años en las niñas y entre los diez y quince de edad en los varones. Desde este contexto entonces dejemos que el comienzo de esta historia, sin intrigas, pero con pormenores dignos de analizar más con amor que con la arbitrariedad de nuestras propias contradicciones adultas, nos muestre, de alguna manera, algunos de los escondrijos que todavía nos apuntan con la severidad de una sentencia.

Al exponer un período crucial y de perenne interés, en la vida de hombres y mujeres a la edad impúber, tan difícil de fijar, no puedo, sin dudas, abstraerme de la melancolía de algunas ficciones, que en su cerril concepción, en algún momento de la vida tienen asidero.
No era imposible, poco importa la clase o estilo de vidas, evitar a todo trance algunos tipos de promiscuidad, que aunque imaginados, la maldad, perversidad o su supuesta lascivia estaba completamente separada del estado propiamente ambiguo y real que podía vivirse en algunas casonas, por más aristócratas o nobles de aquellas épocas.

La conformación o arquitectura rural del caserón, que obedecía a la época y también al lugar, aunque la Iglesia lo desmienta, no es menos significativa, ya que en realidad, las formas de construcción, no era la más propicia a evitar esta incómoda y casi grosera forma de convivir. Tres dormitorios, satisfacían el principal de las habitaciones y en cada uno de ellos completaban el mobiliario sendos lavatorios y su respectivo jarrón para el agua y que permitía procurarse el mejor de los aseos personales. El salón era casi inexistente, el baño era un espacio completamente reducido y que contenía una tina en las que se mezclaba el agua hervida y el agua fría, para tomar un baño cuando la ocasión así lo exigía. La cocina que podría decirse, era un importante agregado, que daba directamente a la entrada de las tierras de cultivo y que además servía de bodega a los alimentos y otros menesteres necesarios al buen funcionamiento. –leña, carbón, trampa para ratones, etcétera. El comedor, también, como una pieza enorme en que normalmente y a decir de los abuelos cobijaba a diario unos 12 a 15 comensales.


Jaime León Cuadra (2010)


Cuando me habita el deseo
Y la soledad se recoge profunda
Vuelve a mí el dolor que alumbra
Las quimeras del pasado.

A MANERA DE PRÓLOGO


Sí, se trata de escribir la presentación de un libro –obviamente pero un señor libro, un libro ganador, “numéro un” de la literatura moderna, diré, simplemente, que se trata de una “novela” con una franja lectora que abarca desde la adolescencia hasta los jóvenes ancianos deseosos de recuerdos; reminiscencias que también podrían ser los suyos, los de cualquiera, en diferentes tiempos y lugares del mundo. No desconozco que es el libro de un amigo, de un verdadero amigo que, aún en la distancia, no regatea los afectos ni mezquina las emociones que regala a manos llenas. Dirán: ¿Qué puede decir un amigo de otro amigo? Muchas cosas, y ninguna. Los amigos se quieren, se retan, se corrigen, pero siempre están, a pesar, en este caso, de la cruel distancia, que a veces resulta demasiado castigo, pues tener un amigo mis camaradas, es no importar la lejanía ni el tiempo, es pasar veinte años por los ojos y al encontrarse con él, saludarlo como si nos hubiésemos visto ayer.

Tío James, así lo llamé, campechanamente de mi parte, puede ser, pero creo que esta forma más familiar acorta las distancias. Algunas fotos, muchos mensajes y una amistad en la misma frecuencia. Conocido en el ámbito literario como Monsieur James, paladín de la justicia, guerrero de las nieves en el país de los hielos, sin olvidar su amado «balcón del sur», conquistador del polo norte… ¿Cómo? ¿Qué nunca fue? Bueno, seguro que ya pensó en ir o la sola intención ya lo hizo colocar la bandera con foto incluida. ¿Qué cómo llegará? Quién sabe… Por aire, por tierra, por mar o con su mejor arma: la imaginación. Su sonrisa de caballero es el sí, aquel que verán en este comentario presentación y jamás el antónimo de sí que es {…}. Ustedes saben a qué palabra me refiero, puesto que él es el sí, el sí a la vida, al tiempo, a la amistad, el sí verdadero, el positivismo, el de la sonrisa franca, la frecuencia justa para cada persona. ¿Y qué me dicen del libro? Pero claro, si me pidió hablar del libro. Pero acaso podría separar el libro del autor… ¿Cómo podría separar la flor de la rama sin que ésta muera, el calor del verano y el frío del invierno sin que dejen de ser verano e invierno, los peces del agua, el espíritu del hombre, las aves del aire, el sol del día y las estrellas de la noche?

Este libro hará las delicias del lector. Tanto me alegró que Tío James haya escrito esta llameante novela que dio a luz su mente creadora, sus impulsos de vida, sus ganas de crecer. Nos dio a conocer dos o tres pasajes y luego se lanzó a terminarla. Hoy, pienso que siempre fue una novela; desde la primera letra encausada para un bonito cuento, desde el primer pensamiento pleno de imágenes y colores que la madre natura dejó entrever a través del lenguaje del escritor, y esos ojillos celestes reflejados en su retina desde entonces. Siempre, siempre fue una tácita y potencial novela. Estaba ahí, en forma de semilla, durante muchos años, quieta, dormida, sólo eso. Un buen día, unas gotitas de agua la hicieran brotar y dio vida a un relato tan entretenido como interesante, tan refinado como inteligente y la elegancia en los textos como nos tiene acostumbrados Monsieur James; momentos imperdibles en la vida de un joven y su explosión sexual. ¡Qué maravillosa edad! Relato conmovedor y a la vez divertido, con el encabalgamiento impecable que nos hace comernos de un bocado la lectura, sus personajes, los lugares soleados y las sombras bajos las enramadas donde las caricias se subliman, la claridad y el murmullo de un río que el modernismo se llevó, los paisajes que como cuadros de “Vincent van Gogh”, van adornando las escenas, el caserón de los secretos y los susurros en la noche, los fantasmales pasos hacia la búsqueda del tesoro vaginal, la complicidad, las mentiras piadosas, el fervor de la sangre cuando parece que se hierve por el sexo opuesto y todo con la magia de un espacio sin tiempo, de un tiempo sin espacio, pues podría ser en cualquier sitio de nuestro universo infinito. Su obra de mirada retrospectiva nos invita a seguir al personaje hasta un tiempo sabroso y pródigo de acontecimientos; el despertar genital y amatorio, donde la confianza, la cercanía y la plenitud del descubrimiento de la piel, las formas, el olor de la pasión, la suavidad de niñas-mujeres como capullos de algodón, las curvas, las hendiduras y prominencias de la belleza de diosas de carne y hueso, se mezclan para que surjan el deleite y el placer de los sentidos.

El escritor vuela como el Ave Fénix que renace en cada palabra que supo trasladar de su corazón a las hojas; sus letras a la reminiscencia de un tiempo pasado que ya es historia. Caminar con Monsieur James por sus páginas es transitar hacia el reconocimiento de esas sensaciones ocultas que todos callamos, que apenas aparecen en comentarios y se dejan deslizar de boca a oídos, en reuniones de amigos con algunas copitas de más, situaciones de afectos y tiernas proyecciones. Una invitación a viajar en el tiempo y la distancia; abrir las ventanas del mundo adolescente y compartir el descubrir del amor junto al joven personaje que en su línea de la vida debió pasar por cuantiosas experiencias para completarse como hombre.

He disfrutado de la obra. Me he llenado de nostalgias abriendo el paraguas de mis propios recuerdos y las emociones de un tiempo inolvidable. Como el protagonista me inspiré con sus hazañas reales, no de películas, escritas en un lenguaje fluido que va llevando al lector con ferviente ansiedad al clímax y posterior desenlace final que los asombrará. La riqueza de imágenes verdaderamente elocuentes, como si fuese una lectura virtual donde usted está viviendo y gozando como si fuese el personaje principal.

Y de pronto, me vino a la memoria un memorable film que siempre he llevado en el corazón: Verano del 42, donde una bella mujer pierde a su querido amor en la segunda guerra mundial, y por causa y efecto y esas cosas de la vida, aparece un joven, un muchacho apenas, y la bella en el medio de su desgarrante dolor, le enseña al chico como es una mujer por dentro. El argumento es tan simple que a veces me he preguntado: ¿cuál es la atracción que ejerce sobre mí la película, y luego lo supe; la nostalgia, esa mezcla de recuerdos y tristeza, “ce mélange des beaux souvenirs” que no volverán. Vamos, los invito al ardiente verano del Coinco.

Señoras y señores, con ustedes, Jaime Alfonso León Cuadra.

JORGE JUDAH CAMERON

EL CASERÓN DE COINCO




Todo nació allí, en el centro de sus reminiscencias más queridas. Dos caserones inmensos e ilusoriamente indestructibles en su memoria. Uno, el de Coinco, del que Genaro conserva recuerdos imperecederos y otro del que abriga sólo una imagen de la percepción que le entregaron, en migajas, las historias contadas a repetición por su padre, en las sobremesas de la casa de la calle Bleriot, allá por el barrio Carrascal, en estos mismos años cincuenta, en que se libra batalla esta historia de impúberes curiosidades y experiencias de su niñez. Los Caserones de Coinco y Lautaro, es la mejor heredad que guarda la memoria de Genaro.

El Municipio de Coinco “real” y la ciudad de Lautaro “imaginada”. Esta última, en la que los caballos, jinetes y revólver al cinto, conformaban todo un otro espectro del atavismo familiar y paternal, consagrado por los ladridos inconfundibles del bravo Fierabrás y el Coinco de heredad maternal y más cerca de sus tripas, se manifiestan con cierta vehemencia en esta historia. Es como si Coinco le contara a Lautaro para incitarlo a mostrarle también sus misterios.

Coinco hasta hoy, sigue siendo un Municipio de la ciudad de Rancagua muy similar a la cantidad de comunas aledañas, comarcas y/o lugares con nombres propios y pertenecientes a la geografía del lugar, como: Codigua, Coltauco, Tilcolco, Doñihue, Rengo, La Rinconada los caseríos de Malloa, Copequén, etc.-

La otra casona, siempre imaginada, por allá en la ciudad de Lautaro, se quedó allí estática de recuerdos, como los abuelos que más que abuelos, constituyen una leyenda aún para Genaro. En esa época, en el Sur del país, cohabitaban los cuatreros, que en la imaginación de Genaro pertenecían a los siempre despreciables bandidos, al contrario de todos los dueños de la tierra, y/o administradores, (fundos, haciendas, chacras y parcelas) que eran los supuestos regentes de la justicia. En esta última categoría, naturalmente, entraban mi abuelo y sus hermanos, mi padre y mis tíos. Años más tarde esta percepción vino a mostrarle todo lo contrario y a cambiar definitivamente aquel prejuicio que se asemejaba mucho a las prédicas del domingo.

De Coinco confiesa si, que conserva un recuerdo impreciso de las primeras veces que fue a pasear en el caserón de sus abuelos maternos, hasta, naturalmente, el año en que se desarrolla esta ardiente y a la vez romántica historia.

Estos confusos recuerdos, comienzan con los de aquellos elementos básicos, tan presentes y que les aseguraban una estadía, que, aunque, sin las comodidades de la gran ciudad, les otorgaban a los visitantes, una integral plenitud al momento de alojarse en su terruño.

Dejemos al propio Genaro contarnos su historia,

Hago mención, sin dudas, y en primerísimo lugar a la noria, o pozo de agua proveniente, ahora lo sé, de la napa freática y que nos garantizaba el don más preciado y que era la provisión de agua. Aquel singular método de adquirir el líquido vital, no dejaba de parecernos muy atractivo, sobre todo los primeros días en que nos peleábamos con mi hermano por subir el balde ayudado de una manivela y provisto de un rudimentario mecanismo puramente mecánico, pero que, muy pronto, se convertía en un trabajo monótono y además cansador. No dejaré de mencionar, tampoco, el pozo séptico, o mejor dicho aquella casucha de madera con un cajón de palos y con las características arquitecturales, que en nada podían envidiar a la más sofisticada taza de baño de la época. Este cajon se levantaba por encima de un hoyo profundo y maloliente, que cumplía las funciones de excusado y que, por su naturaleza, se encontraba –afortunadamente- bastante distante del Caserón. Cada verano, era testigo secreto de las enormes angustias estomacales debidas a la gula desmedida por la ingestión, principalmente, de frutas verduras y productos lácteos. Entre las otras cosas que no pueden olvidarse, imagino la torre de la Iglesia y la fiesta que provocaban los murciélagos al caer la tarde y en la que “Lecheló” un personaje un tanto extraño por decir lo menos, se entretenía lanzando pañuelos blancos ayudados de piedras para darles caza, ponerles colilla de cigarros en el pico y hacernos creer que les gustaba fumar y luego volver a soltarlos en medio de una risa sobrecogedora.

Entre los alimentos con propiedades medicinales, destacaré la famosa y vomitiva “leche con ajos” buena para los pulmones, a decir de las tías; los “ulpos” (harina tostada con azúcar o miel) con leche, las exquisitas mermeladas de frutas, el comer sin medida, uvas, melones y sandías adicionadas de la misma harina tostada de los ulpos, para luego sufrir las terribles consecuencias y que íbamos a expiar al pozo séptico. Otro inolvidable, el imponente nogal a medio camino entre la cocina y el dichoso excusado, sin dejar de mencionar, por supuesto, la colosal hilera de álamos que parecían perderse en los confines profundos de los cerros cordilleranos.

Debo, sin duda, decir que ya, en ese entonces, el Caserón no cumplía otro destino o función que el de servir de lugar de descanso, asuetos y/o diversiones, para los miembros de la profusa familia Pérez y Cuellar y sus descendencias.

En los tiempos de mis paseos, esas tierras de cultivo eran arrendadas y se conservó un gran espacio que denominaron primer patio, pensando tal vez, que al caducar los contratos de arriendo, los tíos tomaran las riendas del cultivo y la explotación del mismo. Pero el abuelo se equivocó de frenton; la seducción de la gran ciudad para los hijos fue arma bastante más poderosa que las sabias insinuaciones del abuelo.

Caserón vacacional entonces, si podemos llamarlo así, cuya estructura estaba conformada de adobe ancho, imponentes pilares y portones de macizo roble. De escasos ventanucos y construido, probablemente, a mediados del siglo IXX. Imponente, a decir de los abuelos, este se encontraba en una de las esquinas de la Plaza y colindaba con la Iglesia del pequeño poblado, y que le agregaba legítima elegancia a esa tradicional historia contada, una y mil veces, por los abuelos, alrededor de esos enormes braseros de bronce, verdaderas reminiscencias del Coinco, en días de riguroso invierno, más tarde, allá en el barrio de la Avenida Matta en la ciudad de Santiago.

Las historias alrededor de los braseros, generalmente, tenían como fondo y casi diría objetivo didáctico y moral, aquel miedo que había que infundir a los menores y algunos de los tíos, los que ya bordeaban fácilmente los 20 años y cuyos despertares o simple curiosidades, podrían pasar de simples venialidades a pecados mortales y que podían excluirles para siempre de las divinidades del cielo, según lo afirmaba, de manera tan categórica, domingo a domingo, el cura Párroco del lugar. ¿Qué teníamos la buena o la mala suerte de escuchar esas casi interminables y terroríficas leyendas, verdaderas fábulas concertadas desde el silencio de los abuelos y el histrionismo religioso de los adultos? no podría ni afirmarlo ni tampoco negarlo categóricamente, si miro la actualidad en que vivimos. Pero, de la que parecían complacerse con la cara de espanto y de recelo al mismo tiempo, que en nosotros al menos despertaba. Cuando hablo de recelo, me refiero a la suspicacia o duda que, de alguna manera, aquietaba un poco los terroríficos desasosiegos, que podrían ser de efectos muy negativos y contrarios al buen desarrollo de nuestras propios fisgoneos y futuros desempeños en el mundo real. Entonces allí rondaban y hacían nata, los cuentos de aparecidos, ruidos de cadenas, chirriar de candados, carretas cargadas de frutas que pasaban a ciertas horas de la noche sin que nadie advirtiera conductor alguno y tiradas por infaltables percherones negros. En otras parecían confabularse para darnos a conocer los males de ojo, y todo tipo de brujerías y una cantidad fabulosa de historias de curanderas, meicas, brujas o magas, capaces de descifrar todos los males - incluidos los de amores - ya sea por la orina, los residuos del café o del té en las tazas en que tales infusiones llegaban a los comensales y cualquier otro resquicio que escapaba a la normalidad de una vida tranquila de los vecinos de la zona.

Así, las pócimas, palitos de palqui, herraduras a la entrada de casa, una pila de ajos, acuñadas de formas diferentes y de acuerdo al mal, era posible encontrar en todas las esquinas de una casa y porque no decirlo repartidas en casi todas las casuchas o caserones del pueblo.

Una de las historias que más se contó, de todas las formas posibles, fue la de una tía abuela, que luego de un tremendo aguacero, la habían encontrado a algunos kilómetros del caserón, totalmente seca y sin una gota de barro en parte alguna de su cuerpo o vestimentas. El mal, del que ella había sido víctima, a raíz de ingerir una jugosa manzana que, a decir de la meica o curandera, le había sido obsequiada por un desconocido y que resultó incurable, pues luego de exhaustivos sahumerios y brujerías subsecuentes, los ingredientes, utilizados en el horrible mal, habrían sido tirados al agua o arrojados al fuego.

Era increíble ver como se terminaban estas tertulias, nadie quería retirarse solo del lugar y generalmente se hacía en parejas, incluso en grupos. Las pesadillas que estos corrillos procuraban, venían a conformar, naturalmente, el principio de la próxima tertulia alrededor del par de braseros y los olores de azúcar quemada, los mates, el pan tostado y esa famosa y exquisita tortilla de rescoldo que asomaba, en la mitad de la tertulia, desde el fondo de uno o de los dos braseros, terminando de conformar el entorno de esos verdaderos aquelarres.

En definitiva, la casa de la calle Madrid en Santiago, fue la prolongación inevitable del Caserón de Coinco.

Comienza el oscuro desvarío
A quebrantar el presente incierto
Pero se alza en el remanso un verso
Que aunque duele, te recuerda.

COINCO DEL 1950.


En esos años impúberes, era un mocoso de apenas 11 o 12 años, y mi hermano 13 o 14. Regalones de unas tías solteronas y pechoñas que parecían, con toda autoridad, apropiarse de nuestro destino veraniego todos los fines de año, para que las acompañáramos en sus campestres paseos. Cuatro años seguidos, nuestro destino veraniego, luego de terminadas las clases, fue entonces la comarca o municipio de Coinco. Para mí, no pasó de ser un pueblucho, cuya gloria familiar la constituía ese enorme caserón y las historias que de él se hacía mención una y otra vez, en toda tertulia familiar.

Los tres primeros años, fueron en general placenteros ya que nos agigantaba la pequeña visión de nuestro gallinero, del perro y uno que otro conejo que adornaban nuestro pequeño patio de Santiago. Me gustaba ver a los chanchos engullir cáscaras de papas, de melones o de sandías. Esos primeros años se limitaron entonces a comer, caminar, dormir y madrugar… entre otros obligados menesteres.

Por falta de, qué sé yo qué cualidad o simplemente por miedos mal concebidos, no aprendí jamás a montar a caballo y lo más osado que recuerdo si, es el haber subido a la grupa de un viejo percherón que, me aseguraron, ya no tenía fuerzas para el galope.

Otras de mis andanzas preferidas eran buscar los escondites de las exquisitas mermeladas y ese cuchareo relámpago en el que siempre me delataba el tintinear de la cuchara que caía, de una u otra forma, al suelo,. No siempre recibí reprimendas, imagino por la deleitable sensación de aprobación de sus manjares, que esa jugarreta menor, provocaba en las tías.

Claro que al cuarto año ya no lograba entretenerme lo suficiente en ese caserón en evidente decrepitud, a pesar de la fiesta a la que tuve derecho al cumplir mis quince años. Aún nos quedaríamos un par de días, acompañando a mis tías, sus interminables y repetitivas plegarias y ese insoportable olor a velas. Nuestro lejano regreso –faltaban dos interminables y tediosos días- estaba previsto para el 15 de diciembre de ese año y coincidiría con la llegada de otra de nuestras familias y de unas primas que conocíamos apenas y que al decir de mis tías eran ya, a la fecha, creciditas, muy graciosas y bonitas.

La percepción del tiempo y la vida cambia en fracciones de segundos, o en dos días, es evidente y ya verán el porqué.

Temprano en la mañana comenzó el ajetreo para el regreso y los preparativos para la entrega oficial a los otros familiares que venían a disfrutar, a su turno, de las delicias de la vida de campo y porqué no decirlo, del caserón y sus encantos. Al mediodía, con la pulcritud y la puntualidad acostumbrada y sorprendente de mis tías, Carmen y Ester, todo estaba impecablemente listo y predispuesto.

Almorzamos sin mucha prisa ni bulla; el término de las vacaciones supone, generalmente, una
cierta tristeza, pero al mismo tiempo ese repentino deseo de volver al reencuentro de los tuyos y tus cotidianidades. Tus amigos, tus pichangas callejeras, al trompo, al juego de las bolitas, etcétera. Al almuerzo, que por ser el último, las tías habían doblado en esmero, siguió luego la infaltable siesta, al término de la cual, nos
reunimos a esperar a las nuevas visitas, y prepararnos a abandonar, definitivamente, el pueblo. A la hora convenida, nos dirigimos entonces a la Plaza, lugar en donde se detenían los pintorescos carruajes provenientes de Santiago.

La micro, llegó a penas con media hora de atraso y apareció en la Plaza a las dos y media de la tarde. Nos apresuramos entonces en ir a recibir a nuestras, todavía, desconocidas parientes. Yo había olvidado por completo la existencia de esas hermosas primas, al decir de mis tías. A mi hermano, preocupado de sus intereses tan contrarios de los míos, ni le inmutó lo que estaba por producirse. Todo parecía de una cordura enfermiza, las nuevas tías que bajaron de esa micro atestada de canastos de mimbre e innombrables e indescriptibles paquetes de todo tipo en su techumbre y formaban parte de costumbres repetitivas en ese lugar. Las últimas en bajar de la micro, fueron nuestros esperados parientes, precedidas por tres señoras; dos de ellas gordotas y muy risueñas.

Toda mi perspectiva cambió, en el espacio de un segundo, cuando la última pasajera desembarcó en ese suelo polvoriento de Coinco.

Al recabar de mis versos
Otrora de amor y nardos
Aflora a mis ojos pardos
Una lágrima Coincana.

EL RELEVO Y EL COMIENZO DE LAS NUEVAS VACACIONES



Mis ojos le dieron una bienvenida muy especial, nacida de una profunda admiración producto de un par de ojos celestes como el cielo de los atardeceres en Coinco, y que a mi humilde parecer, al bajar me miraron con una dulce sonrisa de agradable sorpresa. El color me subió a la cara y comprendí que se había operado en mí una tremenda transformación física (sentí el pinchazo hormonal) y, desde luego, emocional. Mi voluntad se vio atacada por todas las orillas de mi ser y ya no quise irme.

Pero, ¿cómo quedarme?... eranun sueño casi imposible. Necesitaba además la complicidad de mi hermano. Me pareció además que el sorpresivo interés, sería demasiado evidente, sobre todo al ojo avizor de mis tías que nos llevaron a su cargo y que, por otro lado, no podía permitir que un secreto que aún no nacía, fuese descubierto junto con encubar.

Tuve que resignarme y hacer cuenta que todo continuaba a la par con la dulce monotonía campesina. En ese momento, y a mi gran sorpresa, la chica propuso simplemente:

—sería rico que los primos se quedaran, mamá, dijo mirando a mi tía...

Yo salí, pretextando un malestar evidente con la súbita idea, pero fue más bien para calmar mis propias ansiedades al mismo tiempo que mi hermano, con caro de palo, pronunciaba un rotundo no.

No despertó ninguna preocupación en esos tiempos, ese súbito interés de quedarme, una idea que a mis ojos pareció simplemente descabellada, muy por el contrario, era casi evidente que entre primos, que no han tenido ocasión de conocerse con anterioridad, despertará ese deseo repentino por compartir unas sanas vacaciones, sobre todo si se trataba del caserón del abuelo, testigo probable de tanta mojigatería que parecía desprenderse de ese inconfundible “olor a velas”, a oraciones, novenas y todo el fanatismo religioso de la época.

La tía Ernestina, no sólo no se opuso, por el contrario se alegró de la idea, puesto que el susodicho, podría alegrar un poco ese ambiente netamente femenil, que venía a instalarse al caserón por un par de semanas.

Mis tías, tampoco esgrimieron objeciones contundentes, pretextando si, que todo dependía de mí y de la extensión del permiso que pudieran recabar de mis viejos, allá en la ciudad. Yo no puse resistencia de ninguna índole, a lo que mi tía Carmen, no le quedó otra alternativa que la de una ligera e irónica sonrisa. Entonces, todo se sucedió con la rapidez del rayo, nada mejor que enviar una nota por telegrama, la que no incluía a mi hermano –afortunadamente- y a esperar la respuesta de mis padres y dejar todo a la voluntad escrita en Morse, del Divino.

Volví haciéndome el loco, ya más calmado, valga la contradicción, casi seguro que mi padre se opondría a mi escondido deseo y al de mis ojitos celestes, pero decidido a presentarme como una divertida alternativa a mis seis queridas primas, “en el caso que”…

Carmen y Ester, sí fueron perentorias, si no hay respuesta de aquí a las seis, como máximo, tendremos que devolvernos a Santiago y no hay discusión, conozco a Carlos –por mi padre- y prefiero evitar todo tipo de problemas.

Los telegramas tenían, afortunadamente, en esos tiempos, ese afán de urgencia, ya que en general eran portadores de malas noticias, por lo que la decisión de mi padre se obtuvo, a un par de horas de intervalo. No hubo gran excitación por la respuesta, mejor dicho ni siquiera me enteré hasta que esa misma tarde ya comía junto a mis primas, luego de haber despedido, cariñosamente, a mis tías. Al momento de la despedida mi tía Carmen me dio un tironcito de orejas y me conminó a portarme bien…

Ya esa tarde.

En el comedor, la conversación la llevaban las mujeres mayores y muy de tarde en tarde nos llegaba una pregunta pero sin la más mínima sutileza de un drama, ni siquiera de probable mal comportamiento. Eso terminó por calmar la parte racional no así la que respondía al ansia que despertaban esos ojitos celestes, que en el comedor me dieron la impresión de una cierta indiferencia.

Luego de la comida se terminó de ordenar la llegada procediéndose al vaciado de maletas y a la disposición en la cocina de algunos menesteres propios. Fue en ese momento que remarqué la presencia de Lola, que era la niña que ayudaba en casa de las tías y cuyo desempeño principal era preocuparse de las tres menores, sin descuidar, por supuesto, la cocina, en cuanto a aseo se refiere. Las maestras cocineras, le correspondía a mis dos tías las más robustas.

Algo nos divertimos antes que se viniera la noche, hasta que la luz mortecina de las velas nos indicaba la hora de ir a dormir. Yo había perdido mi dormitorio, y ahora debí hacerme a la idea de ocupar una parte de la salita, un pequeño cuarto que el abuelo, en sus tiempos mozos, lo dedicaba a recibir a sus clientes y a sus visitas más respingadas de la sociedad Coincana. La consigna antes de ir a dormir fue todo un desafío: ver quien, al día siguiente se levantaba más temprano.

El despertar lo viví con mucha efusividad, mis tres primas mayores se dejaron caer en mi lecho, que casi se viene al suelo, mientras Lola se mataba de la risa, al notar el pánico que me produjo tal impulsivo sacudón. Luego llegaron las tías a poner un poco de orden, pero no menos contentas del comienzo de las vacaciones.

Busqué en forma casi instintiva, aquellos ojitos que habían llamado tanto mi atención el día anterior, a la bajada del carruaje, allá en la plaza del pueblo. Quise asegurarme si la emoción, vivida el día anterior, bien habría valido la pena por el simple hecho de quedarme entre tantas mujeres. En efecto, mi corazón quedó balanceándose, entre esa sonrisilla que seguía presente y la coqueta mirada de esos dulces ojillos. Entre las carcajadas y mi confusión se atravesó la quemante mirada de Lola, que deduje unos tres a cinco años mayor que este imberbe mocoso. Algo impreciso recorrió mi espina dorsal y me sentí con una alegría difícil a describir aquí entre tanto recuerdo.

La tía Ernestina rompió la magia y ordenó..

—ya, ya… todas afuera para que este muchachote se levanté y nos vamos a preparar el desayuno.

La última en quitar la salita –mi dormitorio- extrañamente, fue Lola, la que sin tapujos me dirigió una mirada que contenía más de una frase y que suponía debía descifrar lo antes posible. Bueno la traduje a mi gusto con la certeza que no podía estar lejos de la verdad. Pero, retenía mi reciente precocidad, esa maravillosa mirada de Carolina, mi prima de ojitos celestes.

Me vestí rápidamente y a torso desnudo me dirigí al lavatorio a darme el primer lavado del día para bien abrir los ojos y despejar los incipientes malos olores de un machito en ciernes. Terminado el ritual del agua el jabón y las hojitas de durazno que se ocupaban para lavarnos los dientes, me fui al comedor, lugar que más parecía un aquelarre con toda la zalagarda y el bochinche sin cuartel que provocaban casi diez mujeres sentadas a la misma mesa. El lugar que se me había asignado, me dejó justo delante de esos ojos y esos labios que me había jurado besar al precio que fuere. Dije buenos días con tal desparpajo, que hasta yo mismo quedé impresionado de mi gloriosa desfachatez. La conversación, naturalmente, decía relación a los turnos que se habían dispuestos para ocuparse de los quehaceres domésticos y los paseos que ya habían proyectado para esas dos semanas. Yo, quedaba fuera de esas tareas, aunque dije que estaba dispuesto a ayudar en lo que estimaran conveniente. La formación machista de las mujeres de entonces, no permitía que me mezclara de tareas puramente femeninas, aunque confieso que me habría gustado hurguetear en la cocina, como lo hacía, cuando la María, mi nana, me lo permitía y mi madre, por supuesto brillaba por su ausencia.

Luego de las discusiones domésticas habituales, las tareas bien asignadas, no quedaba más que conformarse a lo allí acordado. Un par de tías, que más Lola eran tres, se turnarían a diario por lo que los jóvenes en general, quedábamos libres de polvo y paja. El hecho de ser acompañados por las tías y/o por la otra tía más Lola, en los paseos confería toda esa marca de confianza, que era menester en estos casos.

Decidido el todo, esa mañana partimos con dos de las tías, mientras Lola, dos de las más pequeñas y mi otra tía, harían las veces de anfitrionas. El paseo no comenzaba sin antes preparar los cocavíes necesarios a la jornada que nos esperaba en el campo. Nos preparamos a caminar, de eso no había ninguna duda. Con encanto vi como ya el vestido era más liviano, hablo del vestido de las niñas, naturalmente.

De pronto cuando tomaban la delantera, observaba con deleite hermosas pantorrillas y una piel a la altura del cuello y omoplatos, que me sacudían toda mi santidad dominguera. Sucedía que de pronto nos poníamos a la par y sin mediar malas intenciones, nuestras manos de vez en cuando parecían rozarse, sin que ninguno le diera mayor importancia, del que verdaderamente tenía, al dulce incidente. Hablo de las tres primas y no de aquella en particular…

Luego de una buena caminata, 2 horas y fracción, decidimos descansar bajo unos sauces a orillas de río Doñihue de la localidad. Sin mediar alternativas, me desprendí de mis sandalias y me fui directamente a la orilla a poner mis pies en remojo, idea que cundió entre mis primas y sin darnos cuenta estábamos todos a pies desnudos descansando de esa larga caminata y aprovechando el frescor de una agua exquisitamente fría y cristalina. Mis pantalones cortos me permitían adentrarme un poco más en el río y mis primas para seguirme, debieron arremangarse un poco sus multicolores faldas, lo que para el perverso muchachón fue otro regalo a sus ojos. Estas cosas maravillosas, sin embargo, producían en mi interior un montón de desasosiegos. Falta de experiencia y sobrado ímpetu varonil. De pronto, ese frenesí debía ser rápidamente disimulado… cuando me daba cuenta en la insistencia de mis primas en fijar la mirada, allí en donde mis agitaciones juveniles, eran las más evidentes. Las sonrisitas entre ellas, provocaba aún más mi pletórico entusiasmo.

Cuando me encontraba entre ellas sin la presencia de mis tías, me dije que no era bueno tanto disimulo, al fin y al cabo, nadie puede ir contra natura y esta podría ayudarme a los pasos por venir. Debo confesar que era Lola, la que más apreciaba ese mi verraco estado y que a mí no me disgustaba en lo más mínimo, muy por el contrario creo que empezábamos a entendernos sin que palabra aún fuera pronunciada. A medida que avanzaban las horas, los gestos se fueron haciendo más y más evidentes. Entonces se me ocurrió quebrar el hielo. Con la agitación a mil, le pregunté entre susurros,

—¿te gusta? …
—¿qué me gusta? contestó con el mismo susurro de voz y una sonrisa en la mirada.

El corazón parecía salirse del pecho…

—¡si, me gusta! agregó en tono a calmar mi ansiedad. No se excité tanto, agregó, que las niñas son curiosas, y prefiero que no se den cuenta de nada…
—es tá…bii…én, dije, con la voz entrecortada…

Me concentré entonces a calmar mi algazara, pero no pude dejar de imaginar los próximos escenarios con Lola, cuya complicidad ya estaba en marcha. ¿Pero y esas cosquillitas que me recorrían el cuerpo, cuando se aproximaba mi prima? Si claro, la de los ojos celestes. ¿Qué sería más fuerte, mi angustiante precocidad ahí en medio de una exquisita promiscuidad mujeril, o ese dulce despertar de la que los entendidos llaman los primeros hormigueos del amor?

Luego de un muy agradable respiro al aire libre, saciados con los exquisitos frutos del campo, y cansados ya de tanta batahola, empezamos a preparar lentamente el regreso. Eran cerca de las 5 de la tarde cuando emprendimos el regreso a la casona. Llegamos pasadas las 19 horas y casi todos, instintivamente nos retiramos a nuestros cuartos con el deseo casi imperioso solo de descansar. El sol, el aire más las meriendas, nos habían agotado. No habíamos reposado ni cerca de media hora, cuando nos llaman a comer. El momento fue mucho más calmo que la del bullicioso desayuno. Mientras las tías conversaban animadamente de lo ocurrido, Lola retomaba sus funciones y se preocupaba de las menores, antes de terminar su jornada en la cocina, con el lavado de la interminable vajilla y quizás cuantos otros menesteres, a las que a la orden de las tías, parecía acostumbrada.

Luego de pantagruélica cena las primas y yo nos fuimos retirando a nuestros respectivos cuartos, premunidos de los infaltables velones, los que por recomendación expresa del coro de las tías, debíamos apagar lo más pronto posible. Cada uno partió, entonces, seguido de una enorme y casi terrorífica sombra. Cruzamos una dulce mirada con mi prima, mientras Lola se esforzó por hacerme entender con un guiño indescifrable, alguno de esos misterios que se quedan formando parte de los secretos más íntimos de los hombres.

Ordené un poco mis cobijas y me dispuse a tenderme casi vestido encima del lecho. No alcancé a darme cuenta y me quedé dormitando casi de inmediato, para no olvidarlo apagué el velón y esperé el sueño. Sueño que no venía, ya que escuchaba el quehacer de Lola en la cocina y el cuchicheo de las tías, todavía, en el comedor. Afortunadamente o desafortunadamente, no lo sé, el cuchicheo del comedor cesó y sentí las últimas instrucciones que las tías encomendaban a Lola. Paré la oreja lo mejor que pude, pero no logré descifrar absolutamente nada. Se escuchaba ya solo el quehacer de Lola en la cocina - pobre pensé entre mí - mientras empecé a quitarme a tientas la ropa en esa impenetrable oscuridad. Me disponía entonces a los brazos de Morfeo, cuando ya el silencio se apoderaba del caserón. Lo último que se me vino a la cabeza, fue el preguntarme que había podido significar ese guiño.

Al día siguiente, durante el desayuno, la algarabía retomó el lugar de ese horrible y hermoso a la vez silencio nocturno, que era la mayor parte del tiempo interrumpido por ladridos de perros, y una cantidad inadvertida de roedores que merodeaban los vestigios de mermeladas, quesos en las alacenas de la casona y que luego festejaban en el entretecho.

Mientras esperaba mi porción, ideaba como transmitir un mensaje a Lola, a la que vi acercarse con mi tazón de leche y un par de huevos a la copa. Entre pensar y verla aparecer, se desvanecieron las ideas, aunque en ella persistió esa mirada llena de descabellada lujuria. La mojigatería de mis tías nos venía como anillo al dedo, también yo no pudiendo disimular mi creciente interés por avanzar un poco más en estas fantasiosas artimañas de seducción, le recibí el tazón de leche, reteniendo un poco sus manos y apretándolas como un signo de aprobación anticipado. Al recibir los huevos a la copa, fue su turno de rozar mis manos y hacerme comprender que nuestra complicidad debía comenzar a tomar forma. Sabía de antemano, que ese día, Lola no formaría parte del paseo y que por ende debía quedarse trabajando en el caserón junto a la otra tía con la que ya se había pactado de antemano los turnos.

Entonces, no cabía dudas en mi espíritu, debía hacer lo posible por quedarme en el caserón y se me ocurrió, terminado el desayuno, fingir un maligno y persistente dolor de estómago. La necesidad de quedarme con Lola, me llevó hasta el cajón, que se encontraba en el medio del segundo patio infundiendo bastante credibilidad a mi teatrillo, al menos con el fin de permanecer el resto de la mañana, evidentemente, cerca de Lola.

Me encontraba entonces en el cajón soportando esos olores nauseabundos, cuando siento acercarse a mi tía seguida de Lola, quien interesada por mi estado, me preguntaba por mi supuesto dolor ventral. Oí, a través de las tablas, que ordenaba a Lola de prepararme un tazón de hierbas, asegurándome a viva voz que luego de ingerir la infusión, volvería a sentirme como nuevo. Fue en ese momento que sucedió el primer milagro, mi tía cambió de opinión y decidió ella a preparar la milagrosa infusión de hierbas y ordenó a Lola a quedarse en el lugar en caso que el niño necesitara ayuda. Abrí la puerta del cajón y nos reímos con ganas… Ya quedaba claro entre nosotros, adonde queríamos dirigirnos en nuestras andadas.

—¿Cómo hacemos para estar solitos, le dije, poniendo una cara de niño consentido.
—Esta noche, venga a la cocina después que todas duermen, me ordenó.

Si, es la verdad, la sentí como una orden. Entonces me afirmé de ella, y me llevó sumisa hasta la cocina, en donde me esperaba mi agüita de hierbas. El corto trayecto, no estuvo falto de algunos “agarrones” de parte y otra, que aumentaban mi porte y ansiedad viril.

El remedio casero, de toda evidencia, operó el milagro y pedí a mi tía me dejara ir al encuentro de mis primas. Ella misma se ofreció para acompañarme, y partimos felices. ¿de qué estaba yo tan feliz, me preguntaba a mí mismo? No cabe dudas idiota, me respondía a mi mismo; de la orden recibida de Lola… ¿y mi primita? no, no puede ser, somos primos, es cierto “ella es más linda que un cielo, pero con mis crueles celos yo la estoy martirizando, seguí cantando, entusiasmado por la frase de aquel tango tan famoso; luego todo será un lío insalvable, si llega a pasar algo entre nosotros, proseguía torturándome. En eso llegamos a reunirnos con mis primas y mi tía informó de mi mejoría y antes de emprender el paseo del día, advirtió que tuvieran cuidado con lo que este hambriento paisano se echara a la boca.

Como actitud normal, me acerqué a mis primas de manera de quedar más próximo a Carolina, no puedo mentir si digo que mis otras dos primas distaban mucho de la belleza de Carolina, muy por el contrario Antonieta la mayor era también de una belleza sorprendente y qué decir de Ana María, pero en fin, la vida es como es y desgraciadamente no tenían ni la profundidad ni ese “quien sabe que” de esos ojos celestes. Pero ojo, en cuestiones de preferencias, un día es muy largo y las cosas podían cambiar… total nada es absoluto, pero si puede llegar a ser misterioso.

Antonieta y Ana María se dieron cuenta de mi predilección por Carolina y se mostraron, incluso, contentas. Los ejem…ejem y las risas, terminaron por conformar toda una cofradía de primos. Entre todas, les juré lealtad y les confesé que me alegraba muchísimo, finalmente, de conocerlas físicamente y de ya no tener que imaginarlas como las terribles pretenciosas, debido a que todo el mundo hablaba de lo bella que eran; pero tuve que reconocer, que nadie había mencionado que eran si sencillas y corrientes. Hecho que les confesé sin remilgos de ninguna especie. La conversación fue tomando un cariz de mucha confianza y se abordó el tema, que no era muy ajeno a la época y decía relación, justamente con esto de la “relación entre primos” Ninguna se mostró contraria, necesariamente, a la idea, pero se insistió mucho en el hecho de la aceptación de la familia en general, conviniendo que no era un problema simple de abordar y/o de aceptar así tan tranquilamente dado todo los mitos que el asunto envolvía. La conversación se animaba y de pronto quedé clavado en el sauce que nos cobijaba, por una pregunta, que no esperaba ni siquiera en el inconciente. Saben que cuando uno esconde algún secretillo, siempre anda a la defensiva, pero en fin, Antonieta lanza a rompe y rasga…

—¿oye primo y a ti te gusta la Lola, verdad?...

Me mordí la lengua, y sin embargo el color granate subió a mi cara y sentí que me desmayaba…

—Tranquilo tontito, me calmaron al unísono entre carcajadas, que afortunadamente me volvieron el alma al cuerpo.
—nada tiene de anormal, si además te mira con ojos que pareciera que quiere comerte…
—y crudo reclamó Carolina…
—y desnudo agregó Ana María… y siguieron las carcajadas.
—ya, ya quise defenderme, pero no me dejaron… es más me instaron a no perder la oportunidad, con la salvedad que debía contarles todo. ——¿contarles todo? dije sorprendido…
—Si, si, y si contestaron en coro, sin dejar de reír.
—¿Y a ti te da lo mismo? pregunté a Carolina, poniendo una carita de cordero degollado, mientras le tomaba las manos.
—oye loquito, me dijo vamos a hablar con toda la confianza que nos tenemos, ¿si?...
—no entiendo dije en un susurro…
—mira primito, dijo con total naturalidad y manteniendo un tono de voz bastante claro… sin antes acariciarme la cara… me repitió: —mira malulo; estamos de vacaciones, tuvimos la suerte de que pudieras quedarte con nosotras y lo estamos pasando muy bien…
—¿es eso chiquillas, verdad? agregó mirando a sus hermanitas…
—si, si asintieron… con una sonrisita de absoluta complicidad.

Carolina volvió la vista a mi asombrado estado de curiosidad con ¿qué es lo que sigue? me preguntaba en mi interior…

—Bueno, dijo Carolina, no es fácil decirte lo que vas a escuchar, pero escucha bien: luego de la primera noche, discutimos entre nosotras…

Las tres en ese momento esbozaron una sonrisilla, por lo demás maliciosa, aunque nunca perniciosa… agregando:

—y decidimos o pelearnos por tus preferencias, pues advertimos allá en la plaza, tu cara de bobo, cuando me viste aparecer ahí entre los canastos de mimbre… o compartirte.
—¿entiendes?
—¿entiendo qué, que quieres o quieren que entienda?
—tranquiloooooo, lo que sucede que planeamos algo así, como esa frase de los Tres Mosqueteros, pero adecuada a estas tres bellezas que tienes por delante…

Mis ojos no terminaban de abrirse y parecían salirse de las cuencas… y dije con toda solemnidad…

—ya, basta, confiesen diablillas…

La risa fue general… una de las tías, dijo desde la parca distancia:
—parece que la conversa está muy entretenida… a lo que seguimos riendo aún por un buen momento.
—Gena, en realidad el pacto fue el siguiente: uno… para… todas… y… todas… para… uno… ¿qué te parece? y eso incluye diablillo, entre nosotras, la Lola.

Totalmente calmado y con la risa en la boca, simulé un tremendo:

—¡QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ? el que resultó más falso que Judas, el Iscariote, por supuesto.
—eso, lo que acabas de escuchar dijeron casi al unísono.
—a ver, dije mientras la ansiedad empezaba a apoderarse una vez más de mis humores viriles… ¿po… podrían… e…e… ex…plicar… lo? que no entie.. tie..ndo nada.

La voz me salió como de ultratumba. Ese desasosiego fue un tanto pegajoso, y mis primas se miraron entre si, diciéndose si no estarían yendo muy lejos en sus propósitos… Se sucedió un corto silencio, luego del cual parecieron animarse y bajando el tono de voz, confesaron:

—cosito rico, dijeron con un tono de una dulce ironía, lo que queremos es que nos enseñes a como conseguimos un pololito, y sobre todo que debemos hacer, cómo comportarnos, si eso llega a sucedernos… ¿cómo darle un besito? ¿qué es aceptable y que no?, esas cosas, ¿entiendes?
—¡Yaaaaaa! dije con una tremenda alegría… pensé entre mí, estas pajaritas están todas, en el mismo interés en el que yo mismo me encuentro, es decir en todo lo que se refiere a la evidente curiosidad entre los sexos.

La instancia, el momento fueron bastantes delicados, dado a que tenía que almacenar, procesar y discurrir de la mejor forma toda la información que había recibido, junto con separar, naturalmente, las supuestas intenciones. Pero ¿cómo evitar los malditos nervios y las evidentes dudas de la pureza de sus coqueterías?

Las pausas son divinas y divinas fueron las tías que nos llamaron a servirnos de la merienda que habían traído en los canastos. Pasó un buen momento en que la conversación que se escuchaba, provenía sólo de las tías y de todo la problemática doméstica y de lo bien que hacen unos días de descanso y los recuerdos que ellas guardaban cuando de alguna manera vivieron en ese caserón, gran parte de su juventud. Nosotros terminamos de merendar y ya más compuestos nos retiramos a prudente distancia a proseguir nuestra solemne y embarazosa conversación.

—Carolina, ¿esto es en serio? le pregunté…
—¿lo del pacto? agregó Carolina.
—si pues, lo del pacto.
—primo, me dijo, mirándome a los ojos…
—linda aproveché de decirle…
—es lo más en serio que has escuchado… ¿acaso no te gusta la idea?
Me sonrojé un poquito, y le confesé que no solo me gustaba, sino que estaba fascinado de la solidaridad femenina.

—pero una cosa es cierta, le dije en tono de advertencia, tú eres mi preferida y si debo comenzar esta tarea, me gustaría que fuera conti… contigo.

Me apretó la mano en signo de aprobación. Luego dirigiéndose a sus hermanitas, les dijo que ella sería mi primera alumna.

—Era normalllllllll, dijeron las otras a coro.

El profesor era yo, pero las que comandaban el buque eran ellas… sin más, dirigiéndose a las tías, les advirtieron que nos acercaríamos al río y que no se preocuparan… la respuesta no se hizo esperar…

—bueno si van los cuatro no hay problemas… ¡viva la excelsa necedad, me dije para mí, sin dejar que me tiritaran todas las partes de mi cuerpo.

Al llegar a la orilla, no era cosa de atolondramientos, era necesario planificar de todos modos una cierta intimidad, entre alumna y profesor. Antonieta se ofreció para quedarse con el ojo avizor en el ir y venir de las tías, Ana María para observar el entorno con la salvedad de ni siquiera mirar hacia lo que estaba por ocurrir allí en la orilla de río.

De la mano con Carolina nos acercamos tranquilamente al lugar. En ese momento sentí como flaqueaba toda esa seguridad mostrada por Carolina hasta entonces. Sentí esa rica ventaja, que se adquiere en el momento preciso y la calmé diciéndole —tesoro, si cualquier cosa te parece demasiado, no esperes a que sea necesario una cachetada, sabré controlarme a como de lugar…

Las manos en las manos, dulcemente fuimos acercando nuestros labios que morían de ansias, abrí los míos y esperé que entreabriera los suyos para aprisionar su labio inferior entre los míos, luego de un momento deleitándonos del momento cambié mi boca a su labio superior, sentí el primer suspiro de Carolina, los míos brincaban a rabiar en mi pecho. Solté sus manos y nos abrazamos con fuerza, le dije al oído,

—exquisito amor, a ti ¿que te parece?
—parece una película, dijo en un susurro caliente que llegó a mi oído.

Mi virilidad empezaba a jugar duro, ella hizo ademán de sentir el embate y sin embargo permaneció inmóvil.

—No te asustes, le inquirí, es normal, es la diferencia con la indiferencia, traté de explicar… ella me dijo que instintivamente era lo que esperaba y que le parecía muy lindo, mientras trataba de acercar más su cuerpo al mío.

Volví a su boca, no sin antes rozar el lóbulo, a lo que siguió en dulce estremecimiento. Busqué de nuevo sus labios, esta vez dejando entrever la punta de mi lengua… el coro de pájaros y el murmullo de las aguas parecía más intenso, pero una voz de alerta dio término a ese sublime y tierno momento. Carolina me apretó contra su cuerpo y se alejó. La alerta correspondía a que mis tías ya querían iniciar el regreso al caserón.

Cargamos con los canastos, y regresamos cantando, riendo, disfrutando del regalo que es la vida. Entre cantos y demasíes, Antonieta y Ana María querían apresurar la copucha de esa primera clase, sin embargo la proximidad de las tías más mi desaprobación que lo hicieran delante mío, les impidió esa cuota de dulce morbosidad a mis ricuras de primas. Mañana me toca a mí primero transaba Ana María, a lo que Antonieta agregaba, la que ríe ultima ríe mejor, exhalando un suspiro melodramático, que nos hizo reír a voluntad.

Mi calma, y reasegurado por el éxito de ese primer encuentro, me hizo disfrutar de la cena, de los cuentos de brasero que siguieron y luego del ritual de los velones, que con sus sombras monstruosas, nos avisaban de la hora de los silencios. Lola casi pasa desapercibida, naturalmente por todo ese sabor que quedó del paseo del día, sino es por que mi tía le dijo:

—te noto muy cansada, puedes ir a dormir, yo me encargo de la cocina y entre todas de los otros menesteres.

En verdad la vi cansada, incluso me pareció un tanto indiferente con respecto de mi persona.
—gracias doña Ernestina, dijo, pero prefiero, en ese caso, levantarme más temprano y terminar el aseo de la cocina, así podré quedarme dormida más tranquila.
—es cierto, contestó la tía Ernestina, con la bulla que haría en la cocina, bien difícil es que te duermas… está bien.

De este pequeño monólogo, supuse que Lola dormía muy cerca de la cocina y como conocía mejor el lugar, por el mayor tiempo que había pasado en el caserón, quise imaginar en dónde dormía Lola. No tuve que sacar muchas cuentas, era evidente que luego de terminar sus quehaceres, Lola estiraba un jergón ahí mismo en un rincón de su lugar de trabajo.

Después del buenas noches, cada grupo se dirigió a sus respectivos cuartos. Fui a la cocina pretextando sed y no me había equivocado, ya Lola preparaba su desarticulado colchón para dormir

—chau, le dije y le sonreí…
—chaus, me contestó.

Conté los pasos hasta mi cuarto, fijando bien el trayecto en mi retina, de manera a no tropezar, en caso que la sed me volviera y tuviera que levantarme a ir en busca de agua en medio de la oscuridad. Esto último, no me lo creí ni yo mismo. Finalmente di con mis huesos en mi propio jergón y repasé una a una las incidencias del día. El curso magistral, sin dudas fue el que retuvo más mi atención. Esos recientes episodios y la normal fantasía que acrecentaba mis recuerdos, terminó por decidirme a dar un paso, que me había dejado las ansias a medio pelo.

Calculé que eran cerca de las doce de la noche, el silencio era inmenso y solo lo quebraban algunos ladridos, y esa carrera roedora que se hacía sentir cada vez menos. Tomé con precaución el vaso que había traído con agua y me dispuse a emprender el recorrido aquel, hasta donde pensé que dormía Lola. Con el primer ladrido, entreabrí la puerta de mi cuarto y orientándome en la oscuridad, me fui deslizando a pies desnudos, cualquier ruido acostumbrado me permitía adelantar mis ansias. El pecho parecía tronar a medida que me acercaba al reducto al que me arrastraban mis incipientes lujurias. La cocina tenía puerta solo al primer patio, entonces no sería problema irrumpir en su interior, luego de largos 10 minutos, me encontraba ya en el lugar. Dejé que mis ojos se acostumbraran otro rato a la oscuridad reinante hasta que pude observar el jergón y el cuerpo en donde dormitaba Lola… Si me acercó, podría dar un grito, me asustaba sólo con la idea, pero el vaso en la mano podía ser un pretexto que me sacara de apuros, pensaba de forma vertiginosa…

—lo estaba esperando susurro Lola.

El sorprendido fui yo, y para disimular un poco mi nerviosidad, le dije despacito…

—me dio mucha sed y…
—calladito, dijo en un susurro, luego me tomó la mano y me atrajo hacia ella. Tiéndase un ratito a mi lado, ¿quiere? me invitó con dulzura.

Ayudándome a no tropezar con nada en el intento, me tomó por las caderas y terminé sentado en el jergón, luego tomando mi cabeza la dirigió hasta su almohada, sentí que de profesor volvía al rango de estudiante. Sin otro ritual que la pasión, y sabiendo que los momentos se deben aprovechar al máximo, empezó a acariciarme y yo me dejé llevar. Los besos fueron realmente besos, una lengua caliente y jugosa me recorría el cuerpo, intenté de desnudarme ya sin precauciones y Lola seguía en su afán de volverme loco. Mis manos las llevó hasta la piel más suave de su humanidad, luego las rozó en sus diademas y me invitó a mimarlas. No sé en que nave viajaban mis desvelos, todo era tan enloquecedoramente excitante y dulce. En su maravilloso desenfreno de hembra me preguntó si estaba listo, enseñándome toda el relente de su género. Le dije con la voz entrecortada por la excitación y todo lo nuevo que me sucedía, que creía que sí, y le confesé que sería mi primera vez. Me advirtió con exquisita ternura que a esa primera vez, podía seguir un suave resquemor y que era normal, agregando que lo haría de la forma más suave para que nunca olvidara ese momento. Se cercioró con sus manos de mi propia sudoración, de la rigidez, de la dureza y posible resistencia de mi inalterable, hasta ese momento, castidad.

Un par de ratones, una tía que se levanta a sus necesidades y un ladrido en la eternidad, no irían a interrumpir tan preciado instante. Delicadamente cambió de posición y me dijo que la primera vez, era mejor que ella manejara las cosas. Me dejé llevar asintiendo, De espaldas en el jergón, que me pareció el más dulce de los colchones, ella vino a instalarse por encima de mí, sin quitar su mano de mi rigidez y apartando sus columnas vino a colocarme justo en su desnudez dirigiendo mi virilidad virginal a las profundidades más sublimes de su exquisita humanidad. Ya una vez los dulces movimientos del tiempo en marcha, me ofreció la cima de su fruto a mi boca, como para acallar esos primeros quejidos de hombre.

Amanecía en Coinco, y el pánico fue brutal al despertar allí en la colchoneta más dulce que tengo memoria, al lado de ese cuerpo de hembra aún caliente, ya que las tías eran mujeres acostumbradas a levantarse muy de madrugada. Lola me calmó y dijo que ella se levantaría y que yo aprovechara su propio ruido, para alcanzar mi dormitorio.

La claridad que ya advertía la aurora me permitió llegar sin problemas a mi cuarto, al que me tiré rendido y satisfecho de lo acontecido y de saber que aún me quedaba un par de horas para disfrutar de un sueño reparador.

A las siete y media, ya vinieron a despertarme con la acostumbrada chingana que se armaba alrededor de mi cama. Hacia muchísimo tiempo que los bostezos, los estiramientos y esa flojera infinita no invadían mi cuerpo. Las chicas, me preguntaron de inmediato si había andado de juerga, o si había encontrado el escondite del vino de mesa, secreto muy bien guardado por los adultos.

—si supieran, les dije y me puse a reír…
—mira malulo, contestó Carolina, ya nos contarás todo y con detalles…

Seguí riendo.

—te dejamos lavarte y vestirte, te esperamos en el comedor.
—ya voy…, ya voy, le dije, mientras seguían mis bostezos…

Llegué al comedor bastante repuesto, luego de varios manotazos de agua que me había llevado a la cara. No tuve que esperar cuando una suculenta paila con huevos, pan tostado y un enorme tazón de leche me era servido de las generosas manos de Lolita. En ella un solo gesto, en mis primas, ojos escrutadores tratando de ver lo que sólo se puede advertir, pero nunca afirmar con seguridad. La duda quedó flotando en ese trío de mujercitas que de alguna manera expresaron su estado.

—¡qué rica flojera primito, eh?, dijeron sin ánimos de esconder su ironía.

Esa mañana, Lola formaba parte del paseo y estaba decidido el destino, ir hasta el pueblo de Requínoa a lo que se denominaba “La Cabrería” y propiedad de doña María, eso nos permitiría la provisión de quesos, leche de cabra que las tías utilizaban en sus afeites y por cierto estaba previsto la visita a un magnífico sandial, propiedad de algunas pocas amistades que aún conservaba la familia y todo lo que se iría descubriendo en el camino. Lo interesante es que lo bordeaba un canal, y era seguro podíamos comer moras a destajo a lo largo del camino.
Los canastos con las provisiones listas, con la particularidad que esta vez íbamos acompañados de un burro, que hacía las veces de cargador. Probablemente se comprarían algunas sandías, melones, bastante uva y algún saco de choclos. A las nueve ya la caravana tomaba el sendero que nos llevaría a Requínoa y allí a la Cabrería. Cosa curiosa, no advertí que a la caravana se le sumaba un trabajador, cuya función, probablemente sería la de dirigir el burro y preocuparse de la carga posteriormente. Con ese panorama, las primas chicas fueron dispuestas en los canastos del burro, y Lola tuvo que ir en compañía del nuevo miembro del paseo. Si me molestaba, no estaba seguro, pero igual lo saco a la luz.

La tía que dirigía la tropa se unió a nuestro grupo, obligándonos a hablar de otros temas y aburrirnos sobremanera en el trayecto. Eso si, que en las paradas nos alejábamos un poco y aprovechábamos para proseguir nuestros – al parecer – obligados e interesantes coloquios. Antonia se mostraba indignada y Carolina con Ana María no paraban de reír, claro era su turno con el Prof. y tanta gente, de seguro, la incomodaba.

Finalmente llegamos a Requínoa, en donde una cantidad increíble de perros salió a recibirnos en medio de una fiesta de rabos que era todo un espectáculo. Doña María se apresuró a calmarnos, aduciendo que no eran bravos, y que por el contrario eran sus fieles compañeros en esas soledades y cerros. Dirigiéndose a la tía, naturalmente le ofreció el mando de sus quehaceres. Se vio en esta escena, hasta donde puede llegar esa humildad de la gente de campo. A mí no me pareció justo, pero no estaba para cambiar el mundo –todavía- al menos.

A nosotros nos dijo que podíamos recorrer las tierras a nuestro antojo, pero para evitar cualquier problema, mejor nos mantuviéramos siempre juntos. La alegría de Antonia al recorrer lo grande de las tierras, fue casi demasiado evidente y me dijo por lo bajo, ya te quiero ver profesorcito. Carolina la miró de forma especial, no podría mentir inventando cualquier tontera, pero que insinuó algo, lo insinuó. No esperamos hacernos de rogar, y luego de un breve descanso y una colación, emprendimos el vuelo hacia el interior. Muy pronto ya no formábamos parte del paisaje, entre arbustos, maizales y árboles frutales. Antonia, propuso que es posible que si aprovechábamos el tiempo, el Prof. podía terminar con su primera lección, a lo que Ana María no hizo más que aprobar con una coquetona y prolongada sonrisa.

—a lo mejor a mí me alcanza para terminar la primera y comenzar la segunda lección, dijo Carolina no muy convencida…

Con la experiencia de la noche anterior, sentía un poco más de confianza, sin sospechar lo que Antonieta me tenía reservado. La tomé de la mano y con aquello de “todos a sus puestos” buscamos un lugarcito entre el maizal y comenzamos acercar nuestros cuerpos, Antonia dejó sus manos abajo y me dijo al oído

—conozco la primera lección, quiero que vamos a la segunda…
Yo que creía todo controlado, sentí una sensación tanto o más de sorpresa que la llegada al cuarto de Lola la noche anterior, así Antonia acercó su cuerpo y dejó sus manos con las mías a la altura de nuestras curiosidades, de esa manera sentí el primer roce y la singularidad del proceso, me hacía perder toda tranquilidad,. Sin saberlo estábamos acariciándonos apasionadamente, ella probó la virilidad de mi entusiasmo al tiempo que yo disfrutaba del calor que traspasaba su delgado vestido.

—¡qué dulzurita, dije…! Al tiempo que sentía sus manos desabotonar delicadamente mi pantalón, su piel más cerca de mi piel me hizo gemir de placer y no sabía cómo responder a tan dulce caricia.

Ir subiendo delicadamente su percal, fue incendiando y dejando Coinco en llamas. El momento era demasiado intenso, los gemidos ya eran casi ecos de placer allí en el campo. Antonieta buscó y encontró, yo hurgué y también di con ese rocío ardoroso de algo más… también mis manos acariciaban la dulce geometría de sus formas.

—quiero abrigarlo entre mis piernas, me dijo.

No nos mirábamos, todavía preocupados de un cierto pudor hasta que de pronto una parte de la primera lección dio paso a los besos en la boca. El ímpetu era de enorme intensidad y los gemidos de placer aumentaban el volumen hasta el punto de inquietar a Ana María, que era al parecer, la que se había posicionado más cerca del lugar del tórrido encuentro. Pero se mantuvo firme sin interceder… empezábamos un dulce movimiento y Antonieta me apretaba con más y más fuerzas, yo no pude aguantar y la aferré violentamente acercándola hasta el dolor. De pronto todo parecía un baile entre la nubes. Ella se soltó luego de que el acto, casi real, se consumara. Declaro, abiertamente aquí, que fue un caso solamente de manoseo y restriego que terminó en espasmos divinos para Antonieta y en una convulsión de proporciones para el Prof. Un beso selló la clase y nos dimos mutualmente la gracias. Evidentemente mi problema, del después, era un tanto más incómodo que el de Antonieta.

Antonieta se acercó a Ana María y le dijo que era mejor que esperara, resumiéndole un poco lo que venía de producirse. Yo necesitaba agua, me bajó una sed de proporciones y además la necesidad de limpiarme del lipoide. Ana María se mostró comprensiva aunque le dijo a Antonieta a media voz:

—eres una loba comedora de hombres. A lo mejor tendré que esperar mi turno hasta mañana.

No estaba necesariamente equivocada, la noche anterior sumada a esta tórrida lección, me dejaba “pal gato” digo como para arremeter en los minutos que seguían. Antonieta también me ayudó y le dijo, con la mejor de las intenciones a Ana María

—mejor tu lección la dejas para mañana.

Entonces decidimos regresar cantando, hasta el frente de la casa de la cabrería, allí entre un ladrido de perros casi insoportable. El burro ya estaba cargado de quesos y de leche de cabra más un saco de choclos de un lado y de mis tres primas menores del otro. Lola y el campesino dispuestos a tomar las riendas y retomar el camino, con dirección al sandial. Ana María se me acercó y me dijo…

—entonces tontito, ¿mañana es mi turno?

Lo dijo en un tono cierto de regaño. Le guiñé un ojo y nos sonreímos.

Eran cerca de las dos de la tarde cuando abandonamos la Cabrería y el calor era bastante insoportable, llegar hasta el camino fue bastante rápido, ya que en realidad la Cabrería estaba apostada en la parte alta de la ladera de uno de los tantos cerros de la comarca. Al retomar la ruta nos acercamos lo más posible de la sombra de los árboles, bastante escasa a esa hora, así que tuvimos que marchar casi en fila india. Cada acequia fue un oasis de placer, ya que nos deteníamos a remojarnos un poco y a meter los pies en el agua, que increíblemente era bastante fresca y si hablamos de los tiempos que corren, de un cristalino inexistente en el día de hoy, (año 2010)

Las dos y treinta minutos y estábamos abriendo el portón que daba acceso al sandial. Las faenas de cosecha, naturalmente, estaban ya paralizadas, por el calor, por lo que tuvimos que conformarnos solamente con gustar de la jugosa fruta que mantenían justamente en un cauce hechizo del canal. Canal que bordea los plantíos y que por mecanismos bastante ingeniosos, -compuertas- permiten a los dueños de tierras, compartir el agua de regadío que baja de la montaña.

Comer de esa fruta fue un canto de sensualidad increíble, el jugo nos chorreaba que era un gusto ya que no era usual utilizar ningún utensilio, otro que las manos. Manos con que arrancábamos el corazón, y los restos eran destinados a los chanchos. La barriga de todos quedó como un tambor repleto a máxima capacidad. La gula fue pecado venial frente a tanta delicia que nos regalaba madre natura. Ahí quedamos casi suspirando, preñados por el delicioso néctar de sandías (no era “satisfechos”, necesariamente, el mejor vocablo para la ocasión). Cerca de las 4 de la tarde, pudimos reanudar la caminata de regreso. Las primas menores tuvieron que ceder su puesto en uno de los canastos que cargaba el burro, para dar cabida a sandías y melones, la uva la cargó el trabajador que nos acompañó y que en realidad pasó casi desapercibido del resto, menos para Lola, fue lo que me pareció, en todo caso. Nos detuvimos en varias ocasiones, para ir vaciando vejigas e ir alivianando el paso de regreso. La natura debió prever árboles para mujeres, de manera a facilitarles dicha tarea.

Llegados al caserón, todos quisimos retirarnos a descansar en nuestras covachas. En verdad el paseo de ese día había sido muy fatigoso. Se diría que todos habíamos convenido en una siesta un tanto tardía, yo me tendí en la cama, conservando solamente mis calzoncillos, con la idea de dormitar todo el rato que permitiera la soberana y casi enfermiza disposición de las tías, con todo lo que se refiere a horarios. Se come a tal hora, se levanta a tal otra, y así para todo, grrrrrrrrrrr. En medio de esas meditaciones, apareció Ana María ahí en medio de la pieza, que al verme casi desnudo, intentó huir despavorida. Comprendí en ese momento que ella no necesariamente venía a buscar lo que sus hermanitas ya habían conseguido. Me adelanté tomándola por un brazo al mismo tiempo que alcanzaba mis pantalones. No temas, le dije, si hubiera sabido de tu visita, desde luego que no estaría en esta facha. La noté nerviosa, y le dije como al principio de mis cosas, mira Ana María, no tienes nada que temer, te prometo que nada de lo que tú no quieras, va a suceder.

—¿viniste a aprender a dar besitos? y eso aprenderás, además te prometo que tú detienes la lección cuando tú misma lo decidas.
—qué eres lindo, me dijo ya mucho más calmada.
—si es verdad loquito, es lo que me gustaría aprender, pero también sentirlos de ti, me confesó tiernamente.

Si hablo desde el corazón, es verdad que Ana María, a pesar de ser muy bonita, no podía despertar aún gran atractivo sexual, era demasiado niña y aunque empezaba a tomar sus formitas, ella respiraba aún reservadas muestras de pureza. Al tomarle las manos, para iniciar dulcemente la clase, se desprendió dulcemente y se alejó…

Al llegar de vuelta al cuarto que compartía con Carolina y Antonieta, lo hizo sonrojada y no demoró el coro en mofarse de ella…

—Es mi turno primito, le repetían mientras prorrumpían en carcajadas…

Vejada, se sintió disminuida en su amor propio y volvió por donde había venido. Al entrar a mi cuarto por segunda vez, no hizo objeciones que me encontrara en calzoncillos y se abalanzó sobre mí. Le acaricié su pelo, la retuve dulcemente contra mí y el diablo empezó a surtir su perverso y delicioso efecto. Busqué sus labios y empecé a besarla tan delicadamente como fue posible. Sentía a flores, a frutas a infinita pureza, era livianita ahí encima de mi cuerpo. No se movía, pero con sus nervios me apretaba contra sí desmedidamente, hasta que mi ímpetu volviera a inquietarla, sin embargo, no se movió, por el contrario empezó a tratar de corresponder mis delicados besos. Juntaba mis labios a los de ella, sin atreverme a ir más lejos, aunque su cercanía y el peso que empezaba a sentir a la altura de mis caderas, ya me hacían flaquear en mis verdaderos intenciones. Asomé un poquito mi lengua tratando de abrir un poco su boquita con la insistencia de mis labios… todo fue llegando con la sabiduría de las cosas. La apreté por la cintura, y le ofrecí mi lengua, dulcemente esa niña se fue convirtiendo en una brasita, y presentí un pequeño movimiento desde su delicada cintura. Le pude advertir al oído que mi ansiedad de lluvia podía perjudicar su percal, no dijo nada siguió sumida en ese beso tremendo y con la danza infernal. Le levanté un poco el vestido, para evitar toda huella delatora… y sentí su piel contra la mía estallar en el glorioso júbilo del placer… ella permaneció por un buen momento aún saboreando esos besos. Luego de un rato, descendió de mi lecho, se acomodó la pollera y sonriéndome, desde su sonrojo, se alejó.

Ahí quedé en una nube, pensando con mucha fuerza en lo que venía de ocurrir, mis quince años estaban arrasando temerariamente con mis ideas de niño y estaban empezando a tomar formas que nunca imaginé.
Pensaba en Carolina y sus ojitos, pensaba en Antonieta y su desbordada pasión, pero volvía Ana María a meterse en mis pensamientos una y otra vez. Ana María…. dije y me dormí feliz.

Me dijeron que habían intentado despertarme una y otra vez, pero que había sido imposible y que me dejaron dormir. Efectivamente, luego de dejar a Ana María en mis pensamientos, me quedé profundamente dormido.

El despertar, bastante de madrugada en esa ocasión, no me produjo interés de aprovecharlo en una visita a Lola por ejemplo con el consabido y “manoseado” pretexto de ir a despertarla, como en estados de pecados normales, de los que creo me habría entusiasmado, incluso, mucho antes de despertar. Me sentí envuelto en un cúmulo de contradicciones, de dudas, hasta me sentí profundamente solo y empecé a echar de menos mi propia casa, mis papás, mis amigos. Si hubiera podido irme, creo, no lo habría dudado un solo instante. Buscaba la razón de ese estado de inexplicable tristeza y hasta más de una lágrima humedeció mi rostro. El ritmo insólito y la rapidez de todo este “despertar” había manchado más allá de mis sábanas, esa fragilidad que me corroía el alma. Una rebeldía de niño junto a un arrepentimiento injustificado pero presente, se anteponía a aquella carrera desenfrenada de amores y de pasiones.

Mis tías advirtieron mi humor y les confesé que, bueno, que echaba de menos mi hogar, mis amigos y todo esa parte de la verdad, que me producía esa angustia, que rogaba en mis adentros, terminara por pasar. Ellas con su pacata sabiduría me dijeron que era normal y que una buena hervida de hierbas, me haría muy bien a mi congoja, la que aseguraron no era que nostalgia pasajera. Me autorizaron para levantarme más tarde, incluso, le ordenaron a Lola a traerme el hervido de hierbas a la cama.

La buena disposición de las tías, le puso paños fríos a mis primeras confusiones pasionales y sentimentales. Lola llegó con el tazón de hierba hervida, y ya prevenida de mi estado, se me acercó acomedida y muy solicita me preguntó:

—¿algo le pasa al machito del caserón?

Hubo un rato de silencio dijera que incluso un tanto prolongado, pero advertí que su pregunta era sincera y viéndola como una mujer mayor que yo, le confesé un poco más de lo que podía contarle a mis tías, naturalmente.

Mientras me recorría el pelo de la cabeza - mal pensados- que me había apoyado suavemente contra ella, le dije

—¿sabes? creo que toda esta vorágine de cosas, entre ellas lo vivido contigo, que es una parte bastante importante (mientras confesaba aquello, sentía una agradable presión ejercida por sus manos contra su vientre, sus piernas) creo que toda esta suma de sucesos me ha dejado varios enredos en mi pobre cabecita…

Quise continuar, pero esperé que me preguntara de nuevo… quería medir de alguna manera la capacidad de confianza que podía depositar en ella, y no herirla con mi confesión. La siguiente pregunta no se dejó esperar

—¿qué sucede mi niño? agregó en voz bajita.

Su olor a mujer, su ternura, su qué se yo qué, empezaron a provocar los estragos que sólo producen las grandes emociones, mi natural empezó a incomodarme y tuve que acomodarme de la mejor manera posible. Pero Lola no podía permanecer mucho rato en la pieza, y rozándome por encima de mi cobertor, me dijo que tenía que marcharse, pero que más tarde podía confiarme a ella… Ahí me quedé con mis pecados a punto de convertirlos en una exquisita “manuela”… en que estuvo, si no es por la aparición de mi tía, que venía a interesarse por mi estado.

—¿cómo estás Genarito?
—bien tía ya me siento bien y creo que todo no fue más que cosas de niñito mimado, -con esa frase no mentía, bajo ninguna circunstancia-

Llegó el día sábado y todo parecía normal. Desde el jueves hasta ese día, las cosas se habían sucedido con absoluta calma. Claro, en mi cabeza seguían dos heridas abiertas, una ardiente y que involucraba directamente a LOLA y la otra entre dulzura y sentimientos y que no incluía a Carolina, necesariamente, como pudo parecer al inicio de esta historia.

En la tarde de aquel día sábado, andábamos todos los primos un tanto nerviosos, y ninguno quería enfrentar los desproporcionados monstruos de la infalible Iglesia Católica. La misa, era un rito inquebrantable y la referida confesión de una obligatoriedad que era pronunciada desde el mismísimo cielo. Los pecadillos, se acrecentaban y el temor de participarlos al curita de la casa parroquial y además amigo de la familia, era fatídicamente atroz…

—¿no irán a contarle todo al curita? me adelanté al pánico de mis primas…
—¿y qué otra cosa podemos hacer? prorrumpieron al unísono… frotándose las manos en señal de profunda congoja
—no contarle absolutamente nada y ya, les dije con mucha seguridad, y les conté lo que ya había escuchado a escondidas en el salón de mi casa.

Atentas a mis atrevidas divulgaciones, se enteraron que muchos de los curitas incitan a las niñas a contarles intimidades, mientras se masturban mentalmente y en ocasiones de forma real, al interior del confesionario… No pudieron evitar ruborizarse, pero el miedo y el pánico parecieron cundir ante tan tamaña declaración de mi parte.
Vinieron las dudas e incluso discusión y rabietas, pero al fin logré calmarlas y se convino guardar todo lo ocurrido, como secreto de Estado.

El domingo bien cacharpeados, atravesamos parte de la Plaza y nos introdujimos a la Parroquia… la cola era lo suficientemente larga como para amedrentar a cualquiera, allí frente al confesionario. No pude calmarme del todo, al ver que los hombres acudían de frente al cura mientras las mujeres lo hacían detrás de esos ventanucos… pensé que a lo mejor, lo que había divulgado con respecto de la morbosidad de algunos sotanillas, pudiera ser puesto en duda por alguna de mis primas. Las busqué para asegurarme que todo saldría bien, pero las vi tan devotas que mantenían la vista baja, como si la conciencia se hubiere convertido en una montaña de pecados, todos mortales, que parecía, les impedía levantarla. Terminado el sagrado suplicio, cada uno se dirigió a un banco de la Iglesia a esperar el inicio de la ceremonia, mientras debidamente arrodillados, rezábamos una cantidad de padre nuestros y otra cantidad de aves maría, penitencias que habíamos merecido por existir y vivir así tal cual la vida.

La ceremonia se hizo larga y tediosa, ya que alivianados por la carga de los pecados, estábamos dispuestos a multiplicar los kilómetros de caminata en el paseo del domingo. Este paseo no era cualquier paseo, por supuesto que no. Se disponía de una carreta y de todo lo que es menester para festejar el domingo como se merece. Nadie se quedaba en casa e incluso, las tías se hacían acompañar por amistades de la familia.

A decir verdad, a ninguno de los primos, incluyendo a Lola, a la que la hicieron trabajar como negra, nos gustó mucho esa formalidad con que se había maquillado el paseo. Es verdad el lugar era placentero, pero muy a campo abierto, lo que no nos permitía ese dulce picante que otorgaban otros sitios ya visitados y además de la presencia de otras señoras que nos parecían más vigilantes a nuestras verdaderas intenciones que nuestras propias tías.

Nos remitimos entonces sólo a conversar y recordar acerca de lo que habíamos acometido hasta ese día. La broma de Carolina, no se dejó esperar…

—mi turno a la segunda lección se ha ido quedando atrás, dijo sonriendo.

Fijé delicadamente mi vista a la reacción de Ana María y sentí en ella una cierta molestia, lo que me alegró el alma. Mi secreto seguía siendo secreto y no pretendía divulgarlo, al menos, todavía.

—y después me toca a mí, dijo Antonieta frotándose las manos y agregando ya no una sonrisa, sino una alegre carcajada, que hizo fijar en nosotros, la mirada inquisitoria de las “visitas”
—Saben niñitas, al profesor esta vez le gustaría elegir esta vez el turno, dije, sin disipar una cierta turbación…
—mmmmm y esto ¿a qué se debe? misterioso primito, señalo Carolina, viendo comprometida y probablemente postergada su segunda lección. —si ¿a qué se deberá este cambio o elección? reafirmó Antonieta.

Me demoré en madurar una respuesta coherente y que no dejara dudas en el plantel femenil de mi verdadera razón. Porque dicha razón era sólo, hasta ese momento exacto, motivada por una emoción diferente y al mismo tiempo desconocida y no totalmente digerida, y que surgió luego de mi última clase con Ana María.

—Y ¿cuál sería ese cambio? si se puede saber, replicó Carolina… me apresuré a contestar pero, gracias a Dios, fui interrumpido antes de pronunciar palabra
—mientras conserve mi segundo lugar, me conformo dijo Antonieta, irrumpiendo en otra de sus acostumbradas carcajadas, carcajadas que presumo a que con ella la situación fue realmente demasiado fogosa.

Todo ese corto espacio de intervenciones, me llevó a concluir una respuesta que encontré bastante potable y me atreví a decir:

—Imagino que empezar con Ana María y terminar con Antonieta, me servirá para añadir a mi propia experiencia en materias de relación hombre-mujer, ¿no les parece? remaché con esa pregunta.

Se miraron las tres, luego Ana María me dirigió la mirada, como diciendo, no entiendo, Carolina afirmó,
—no veo problemas reales a lo que Antonieta replicó,
—si la que ríe último lo pasa mejor, completamente de acuerdo, sellando su discurso con la carcajada habitual.
—por lo que se advierte, hoy no será ese día y ya nos quedan solo escasos seis, si descontamos el de la despedida, dije con sobrado machismo pero en tono de broma, por supuesto y disimulando mi propia pena

Nos reunimos con los adultos para la merienda y así sin más se nos fue el día. Día que había empezado con los temores y los miedos a la confrontación divina que en definitiva culpaba al Diablo de sus lujuriosas tentaciones. Volvimos cantando en la carreta a lo que sumaron alegremente los adultos, actitud nuestra, que dejó un agradable sensación de pureza y adolescente castidad en las “visitas”

El ansiado lunes, parecía más propicio a la continuación de nuestros juegos y nos acostamos entonces recordándonos que no nos quedaba tiempo a desperdiciar. Me acosté bastante contento, ya esa melancolía repentina había quedado atrás y nuevamente pensé en el placer de las cosas más que en el sentimiento que estas pueden provocar, repitiéndome que, de todas formas, con Ana María todo sería imposible. Además si predispongo a mi padre, de alguna manera, con una relación de esta naturaleza, “incestuosa” me caen todos los filósofos religiosos de la constelación encima. Y eso, había que saber evitarlo, sobre todo si se tienen apenas 15 años recién cumplidos. Mi padre en eso de relaciones, con olor a primas, era intratable.

En esas meditaciones, y otras entre medio, no sentí la llegada silenciosa de Lola, venía a enterarse de mi real estado y supongo algo más. Ese “no hay tiempo que perder” lo tomó muy a pecho. Experimenté toda esa dulce sensación que produce una tan genial sorpresa y le dije en voz baja:
—qué bueno que viniste Lolita rica. Total, no hay tiempo que perder, ¿o no?
—me va a contar que le pasó el otro día, o ya pasó?
—y para qué quieres saber, curiosita, le respondí… porqué no aprovechamos el tiempo en … ya se me iba enredando la lengua, por la ansiedad…
—¿en hacer cositas? Agregó riendo.
—siiiiiiii, eso le dije, invitándola a que se recostará en mi jergón.

Lola, en realidad era toda otra dimensión de las cosas, yo debía proseguir con ella mi aprendizaje.

—¿sabes, le dije, cuando mi naturaleza empieza a endurecerse ahora, siento, algo así como un dolorcillo incómodo, una especie de escozor? —no se me asusté replico de inmediato Lola, es normal, todavía se podría decir que tiene mucha dulzura virginal y ya se lo había advertido. Si quiere mi niño, esta noche solucionamos el problema, empujándome contra el esmirriado colchón… déjeme a mí, mientras usted se me queda tranquilo, ¿le parece cosito? agregó la bribona.

Yo cerré los ojos y me abandoné completamente a su buena y dulce voluntad. Lola era fina, con suavidad hurgó entre mi intimidad y dulcemente se apoderó de mi instrumento, tiró la cobertura y a la luz de la vela hizo las veces de enfermera , cerciorándose de mi atormentada casi-virginidad. La vi apoyar su cabecita en mi vientre y seguir acariciando mi virilidad que empezaba a sentir ese pequeño malestar mezclado de un placer incontenible, así la niña cerciorase de mi verdadero estado y me dijo que era necesario que me hiciera un regalito.

—¿regalito?... a qué te refieres Lola, le pregunté bastante intrigado.
—tranquilo mi cosito, dijo y sentí mezclar en la humedad de mi piel, un poquito de su saliva, en ese momento mordí las sábanas para no gemir como un loco…
—mmmmmm, parece que no le desagrada, me dijo al oído la maestra… y tranquilamente disfrutaba de una deliciosa y primera ….. No me moví y dejé que esta me llevara a la explosión natural del hervidero hormonal, que dicho sea de paso, aunque pareció interminable por su intensidad, la verdad que está vino casi de inmediato.

Con la sensación y la emoción de placer, no tuve tiempo de situar ni de presumir del acto que se venía de terminar. Lola no hizo alarde otro que el de aceptar con enorme dulzura el producto de sus propias fantasías. La vi enjuagarse la boca, mientras yo la llenaba de piropos fantasiosos…

—lolitaaaaaaaa, que cosita más rica.

Se recostó un rato, a manera de descansar de la posición en que había completado parte importante de sus propios deseos y dejarme también la oportunidad de recuperar fuerzas. Supe que la noche recién comenzaba. Mientras iniciaba su reposo, no tuvo impedimento a quitarse la blusa y todo implemento que escondía parte de sus encantos. Yo la miraba arrobado, primera vez que tenía a mi disposición las formas de una mujer en todo su esplendor, de una hembra bien dispuesta. Sus pezones resurgieron como cimas doradas en las aureolas de su tostada piel, y empezó a masturbarse mojando de saliva sus dedos y frotando esas frutillas de almíbar. Me llenaba de su cuerpo y comencé a acariciarla, su vientre era un monte divino y camino de mar su pubis, su humedad era notoria y mi virilidad empezó a reclamar lo suyo sin antes sentir un escozor de placer.

—acerque a mis pechos su penito, me dijo… qué suavidad, lo acomodó entre sus senos y empezó una suave danza, yo me sentí en el cielo, caminar nubes, ligero como el viento.

Dulce Coinco y caserón
que entre un jergón y braseros
en tu glorioso corazón
con una hembra de dulce pezón
se jugó la transición
de niño a hombre


Una vez que se percató que todo estaba en orden y mi rigor obedeciendo a su anhelada espera, la temperatura a perfección, se acostó de pleno en las sábanas, y me dijo en un susurro ,

—tómeme.

Con suavidad me monté en la hembra que con toda devoción se entregaba al amor, al acto divino, al apogeo de la creación. Abrió sus columnas de mármol lo justo y necesario. Ahora lo natural debía fluir solo y sin apuros, sin ansiedad, sin nerviosismos, sin temores. Y así fui una y otra vez… cuando desperté, de Lola, sólo quedaba su perfume turbando mis inquietudes.

Al presentarme al comedor, habría acabado con todo el jugo de naranjas y de una vez, pero tuve que contenerme. Primera vez que sentí tan parca la porción del desayuno…

El paseo del día, comenzaría con una ligera visita al cementerio, cuestión de orar un poco y cambiar algunas flores resecas por el olvido, luego de lo cual, nos internaríamos con dirección desconocida, pero cuyo destino parecía Las Termas de Cachantún o algo similar.

Las tías tenían la intención de procurarse todos los beneficios de esas aguas ya famosas en el ámbito local. Ana María, se me acercó y me dijo, con dulzura

—tengo temor a tantas cosas primo, que casi no me siento en medida de enfrentar tranquila esa clase convenida… esperó mi reacción, que no fue otra que el de reasegurarla.
—entiendo muy bien lo que dices, repliqué tomando su mano, lo sabes, tú también, no sería difícil para mí enamorarme de ti, y eso nos haría mucho sufrir… le dije… y por supuesto, creo no podría soportarlo.

Sin darnos cuenta estábamos caminando los senderos tomados de la mano, con el romance de lleno en el corazón. La vida es dulce y también es triste, nos detuvimos. Sin saber nos acercamos y sin darnos cuenta nos besábamos con tanta dulzura, que si la noche hubiese sido testigo, más de una estrella nos cae alrededor. No te olvidaré nunca, le prometí, mientras la aprisionaba con más fuerza contra mí.

—será maravilloso recordarte me dijo y el beso se perdió entre juncales y praderas.

Al volver al reencuentro de Antonieta y Carolina, ellas naturalmente comenzaron sus bromas y Antonieta reclamando su turno… me defendí lo mejor que pude, aduciendo que tenía mucha sed y hambre, sin que sospecharan el porqué de la situación. Nos acercamos entonces a las inmediaciones de las termas y Carolina fue en busca de las provisiones, que se habían guardado y que era contiguo al lugar en que mis tías disfrutaban de los benéficos poderes medicinales del agua. Comí hasta el hartazgo y me tendí en el suelo, tenía un cansancio y una fatiga desmedida, casi incontrolable. Antonieta se me acercó y me dijo de frente,

—¿qué te pasa? tanto te fatigan estos jueguitos, mocosito. Me reí, y le contesté sin prisa,
—es que te conozco sinvergüencita y me preparo en consecuencia, no vaya a ser que quedes reclamando después… nos reímos y me dijo consintiendo:
—bueno descansa un rato, ya nos vemos. No sé como me quedé dormido a la sombra de un sauce.
Me desperté en medio del murmullo de mis primas y no quise moverme ni abrir los ojos, me dije que podría sacar ventajas de esa animada conversación.

—No ha sido ni fue una mala idea que el primo nos acompañara, ¿verdad? parecía que indagaba Carolina… Para nada, pensaba Lola, sin emitir juicio pero la imaginé sonriendo.
—¿mala idea? pésima recalcó Antonieta agregando que teníamos que inventar algo y rápido, para que el primo nos visite, grrrrrrrrr dijo riendo. Ana María fue más reservada y se limitó a decir:
—si, muy buena idea.
—¿y ahora Antonieta? qué sigue, le preguntaron, incluida Lola…
—copuchentas, se limitó a decir Antonieta, que ni yo misma sé lo que sigue, pero imagino será la continuación de la clase anterior.

Con los ojos entreabiertos, pude fijarme en el seño de Lola que hacía muecas de no comprender mucho lo que pasaba. Tosí con la intención de prevenirlas que estaba despertando, pero casi sin darse por aludidas, continuaron con la charla.

Antonieta se me acercó y me reclamó que quedaba poco tiempo y que debíamos aprovecharlo, y esta vez tendremos la colaboración de Lola, que participará en el relevo y así prevenir de la presencia o la intención de acercarse de cualquier intruso… Pensé entre mí, estas primitas se las traían desde tiempos remotos… y me sonreí. Ya me sentí perfectamente bien a la prosecución de tan deliciosos encuentros.

—Vamos entonces Antonieta, ven, cerca debe haber un lugar muy especial a este último encuentro, le dije tomándole la mano y haciendo gestos de un romanticismo muy alegre.

En realidad escogí un lugar especial y esta vez fue un campo adornado de flores silvestres. Nos miramos fijamente y me dijo:

—sabes primo, la verdad es que no me siento capacitada para un encuentro que naturalmente y como iban las cosas hasta el momento, podría provocarnos bochornos increíbles, ¿no te parece?...
—sigue, la invité, para saber que es lo que estaba pasando por esa cabecita.
—quiero decirte que si la lección continúa desde donde la dejamos la vez anterior, no respondo de mí e imaginas exactamente, ¿qué es lo que eso significa, verdad?
—me acerqué y le susurré al oído, penetración, ¿eso es primita?...
—calla infame, me dijo si lo sabes porqué preguntas…
—tranquila, desde un comienzo las cosas han sido claras, no haré nada y eso lo sabes, que no queramos los dos.
—qué eres lindo, me contestó, pero te juro que si crees que es por que no me agradaría, te equivocas, es que me da realmente miedo, de todo lo que he estudiado, de lo que me han contado y de lo que he sido testigo en el colegio.
—entiendo Antonieta, gracias por ser tan honesta.
—me siento mal al decírtelo, replicó, pero es mejor así primito, te lo juro… ojo, pero me encantaría que me hablaras como un enamorado, no sé algo así como ese poeta que llevas dentro, sería algo así como otra clase pero de materia diferente.

No niego, que la invitación de Carolina por lo inhabitual, me sedujo y encendió un poco el ego…

—bonita proposición, le aseguré.

Recordemos la fecha de esta historia, que no es, todavía del todo aceptable que las chicas tomen iniciativas, por la miserabilidad del machismo en que vivimos, le dije y agregué: es verdad, por eso es bueno que sepan escoger un hombre más acorde con la nobleza de sus sentimientos, como es el amor y el respeto, para así luego construir una verdadera relación que les permita la plenitud, en el trato de todos los día y naturalmente también en la parte física y de esa manera, en la más absoluta confianza, poder dar rienda suelta a todo el abanico de fantasías. En fin todo lo que significa el mundo de la reciprocidad con el otro incluida la sexualidad, por supuesto. Antonieta no me quitaba los ojos de encima, y sin mediar otro interés, en ese preciso momento, acotó…

—puchitas, que rico sería vivir todas esas experiencias contigo, lo dijo apretándome la mano…

Un estremecimiento de gratitud, de cerrar los ojos y volar, de vivirla a concho, pasaron por mi espina dorsal.

—tú crees? le pregunté, mientras besaba su pelo y desaparecíamos entre las flores silvestres…

Corté una flor, y la puse en su cuello, ella la retiró y la tomó en sus manos, cerrando los ojos. Observé alrededor para cerciorarme que todo estaba en orden y no me sorprendí al encontrarme con un par de ojos escrutadores, los de Lola que se había acercado más de lo convenido. Afortunadamente al verse sorprendida, sin dejar de guiñarme un ojo y hacer un gesto de conformidad, se retiró sin hacer ruido. Estoica y sin dejar de situarse en el contexto de su propia condición de criada, era capaz de conservar la ternura de una humildad que es digna de resaltar aquí. Sin querer distraerme del momento que vivía, por el fantasma vivo de Lola en mi cabeza, busqué los labios de Antonieta, luego su cuello…

Sus primeras muestras de placer fueron intensificándose; al presentir que desabotonaba su blusa, aunque intentó disuadirme sin voluntad alguna, se me fue abandonando. Sus cimas rosadas turgentes y en sublime empinamiento, así me lo confirmaron… no fueron besos de un desalmado, debían corresponder a lo sublime del momento y lo hice con toda la dulzura que era menester. Seguí hurgando y explorando ese cuerpo ávido de pasión, de amor y perdiéndome también, abandonado a una intimidad que solo parecía quebrar el sol en ese campo de flores, en las que Antonieta me parecía la más bella, la más adorable de las criaturas que me era consentido acariciar. Desde el fondo de mi alma y mientras era presa de sus dulzuras, susurraba, masticando encantos, dulcemente a su oído;

En tardes de jardines
tu deseo es el asomo
de un romance que en Otoño
te recordará de mí;
y yo en mi escondrijo
confundido y desolado
ya solo y con mis manos
pintaré congratulado
tu sabor en mis deseos.


Entorpecidos por la advertencia de la cadena prevista, tuvimos que interrumpir muy a pesar nuestro, el romántico, apasionado y sobre todo dulce momento. Espontáneamente, nos juntamos los cuatro a disimular que por estos lados, no había ocurrido nada. Cuando se nos reunieron las tías, no fue que para invitarnos a merendar, como la costumbre lo exigía.

Carolina, no estaba muy contenta con todo el tiempo que había consagrado a Antonieta, pero evidentemente no eran celos, solamente caprichitos que creía ponían en peligro el tiempo que estaba consagrado a ella…

—bribón, me dijo, pudiste demorarte otro poquito, ¿no te parece?
—ya tranquila, que el atraque que nos vamos a pegar, vale la pena…
—eso espero, dijo riendo.

Luego de la colación, volvimos a las andadas y en una de esas, Lola se me acercó lo suficiente para decirme que guardara fuerzas, porque me tenía preparada una sorpresa… ¡Caray! exclamé entre mí, pero si esta mujer me ha sacado el jugo… Mis fantasías eran todavía muy precarias y por ello me costaba imaginar más allá de lo que ya había experimentado en tan poco tiempo.

—primo, dijo Carolina, quiero experimentar la misma sensación que la vez anterior, ¿te tinca? Claro, te confieso que los preámbulos, ya me los he imaginado.
—Carlita rica, dije a sabiendas que el encuentro con Antonieta había sido interrumpido en su mejor momento, vamos entonces y no perdamos tiempo.

Así pasó, en efecto, mi ansia conjugada con la de ella, hicieron precipitar la fantasía, ella me desabotonó lo necesario y buscamos el perfecto horizontalismo de nuestros cuerpos, allí, en ese mismo campo de flores. Le levanté su pollera mientras ella acometía, sin medir consecuencias, a dirigir mi desnudez a su vergel inmaculado. Los besos fueron rabiosos, mientras nuestros sexos se frotaban en una lucha a muerte, la mejor muerte, la del orgasmo al mismo tiempo, el refriego era piel a piel y por momentos estuvimos muy cerca de olvidarlo todo, pero la excitación y la premura en realidad lo impidieron, la juventud jugó su carta y en pocos segundos, estábamos suspirando y con el corazón a mil. Nos quedamos tirados un rato, escuchando el zumbido ensordecedor de las abejas y haciendo partícipe al cielo de tan dulce momento, aunque con humedades de las que teníamos que hacernos cargo. Sonreímos con enorme gratitud. No esperamos que se acercara Lola, preferimos levantarnos antes bien satisfechos de lo acometido y sin querer provocar la envidia de nadie con nuestros detalles.

Ana María conversaba con Antonieta, Lola, sin embargo, se había quedado caminando cerca de los parajes.

—vaya que apuro o que rapidez, la vuestra dijo Ana María, si hasta se ve paliducho al primito.

Un pequeño sonrojo subió a la cara de Carolina y eso provocó un cierto sofoco en mi atribulada conciencia. Ana María intentó disculparse pero la tomé por las manos y le dije dulcemente:

—ya es hora de nosotros, en un tono de voz que fuere perceptible solo para ella.

Comenzamos a caminar y esa caminata se convertiría en algo tan divino, tan desprovisto de instintos otros que nosotros mismos… la tomé por los hombros y la acerqué hacia a mí y así seguimos la marcha.

—Ana María, si no fueras mi prima, te pediría sencillamente que fueras mi novia, ni siquiera mi polola. Contigo, siento una paz que no había descubierto todavía y aunque soy todavía un pendejo, no me gustaría alejarme de ti.

—¿lo dices en serio Genaro? balbució.
—sabes que si, me apresuré a responderle…
—entonces tus versos serán aún más románticos, me dijo un tanto incrédula… Antonieta, pensé maldiciéndola por un instante, y afortunadamente, de inmediato se me ocurrió decirle:
—Ana María, mi poesía, la más maravillosa, eres tú… la besé con dulzura, nos besamos con afecto, una lagrimita asomó por sus ojitos y yo me apropié de ese licor que para mí era un imperdible.

Caminamos mucho rato en silencio, cada uno peleando con sus propias fantasías…

Estuvimos juntos hasta bien avanzada la tarde, ya que las tías quisieron sacarle el mejor de los provechos a esas medicinas de tierra, agua, azufre y otros minerales.

La vuelta, fue menos bulliciosa que lo acostumbrado, cada uno de nosotros entró en un mutismo difícil de explicar. La tías por el contrario conversaron desde y hasta el final del trayecto.

Descansamos un buen rato. Era necesario, pues muy pronto deberíamos preocuparnos de nuestras maletas y del adiós al caserón… de pronto me asaltó el recuerdo de la promesa de regalo de Lola y mi fatiga hizo que no me provocara absolutamente nada, en el momento.

Terminadas las faenas y ya todo el mundo en sus respectivos dormitorios, apagué la vela y me dispuse a dormir. El sueño no llegó, pues me vino al espíritu Lola y su incondicional regalo, de despedida supongo. Esperé tranquilo, pero con los minutos y mis inquietos pensamientos empecé a volverme un poco tenso. Volví a imaginarme las mismas y dulces atrocidades a las que parecía acostumbrado y mi desasosiego fue in-crescendo. Me molestaba el calzoncillo, incluso el cubrecama, aunque las noches no eran necesariamente tan temperadas, por lo que decidí convertirme en un purito Adán. Cesó el ajetreo en la cocina, y mi corazoncito experimentó, digamos mejor se puso a latir como un condenado. Sin embargo, pasaron largos 15 minutos, imaginé y Lola no aparecía. Me asaltó la duda y no recordaba si la cita era en la cocina o en mi jergón. Mis dudas se disiparon, cuando la vi aparecer entre las sombras , venia con sus ropas en la mano, diríamos lista a no perder un solo minuto de este, probablemente último y lujurioso encuentro.

Dejó sus vestidos dispuestos de manera a poder vestirse rápidamente si la urgencia lo requería, como si presintiera algo no favorable al momento. Pero no dijo nada, la palabra empeñada es palabra en las mujeres, sobre todo, en mujeres como Lola.

—parece que me estaba esperando el golosito, dijo en voz baja, tan baja que tuve que hacerla repetir…
—¿me es ta ba es pe ran do?… repitió, remarcando cada una de las sílabas.
—por supuesto Lolis, le dije y me retiré un poco para dejarla estirarse y quedar cómoda.

Ella, en su mejor momento, parecía calcular todos sus movimientos, me tomó delicadamente de mi ya enderezada virilidad y dulcemente le acercó los labios, su “lenguaje” era una delicia, su recorrido un verdadero tormento de placer. A veces difícil de controlar, la condenada hembra siguió bajando hasta sentir, incluso en esa oscuridad, un pueril sonrojo. Nunca pude imaginarlo y bueno, ¿qué puedo decir?, mentir a estas alturas, no, no podría; creo no sería cabal.

Lo indescriptible, fue extrañamente MARAVILLOSO. Volvió a remontar, con una dulzura infinita y esperó paciente, pero no por mucho tiempo que mi explosión estallara en su boca. Jamás en mis siguientes y subsiguientes encuentros, creo que un escena, de esa naturaleza, volvería a repetirse en mi vida, sino mucho, muchísimo más tarde y en circunstancias completamente diferentes.

Me acariciaba la cabeza, y me dio el tiempo para volver en si. Mi estado era realmente el de un tipo que viene de sufrir un agotamiento feroz… llegué a dormitarme, estoy seguro. Luego de un largo rato, sentí a Lola en una extraña actitud, ella misma parecía procurarse placer, una mano en sus senos y la otra en íntima relación con su propio carácter de hembra ardida.

—¿satisfecho mi adorable bebé, me preguntó, interrumpiendo su auto proceder…
—mucho Loli, le contesté… antes que terminará me volvió a preguntar, —le gustó realmente…
—¿porqué me lo preguntas? con tanta insistencia, ¿acaso?...
—no, no, no me dijo poniendo sus dedos en mi boca..¿es que? …
—¿es que, qué? le pregunté por lo bajito… dime, anda.

Sin dejar de acariciar sus senos, llevó la mano a su intimidad, señalando que le encantaría que fuera yo esta vez quien la hiciera feliz, dijo:

—¿se atreve? insinuó.

Me quedé paseando en mis enredos y tuve que preguntarle de nuevo..

—¿Loli, qué quieres exactamente?
—que me bese enterita y se detenga aquí un buen rato, dijo mostrando su dedito muy juguetón.

La idea aunque me sorprendió, no dejó de ser otra alternativa de conocer mis propios límites. Estaba con mis ojos fijos a ese lugar bien identificado y tan imaginado por toda suerte de artistas, sean pintores, escultores y poetas. Todavía contaba con ese pudor que la naturaleza le otorgó y que hoy definitivamente con la locura de parecer impúberes a todo precio, la moda obligó a sutil y delicada depilación. El placer de Lola fue más que recompensado, ella me había entregado muy, mucho, demasiado y yo no quería fallarle.

Cuando desperté, ya había desaparecido como ese ángel que todos quisiéramos tener, cuando la vida en otras ocasiones te va a jugar extremadamente duro.

ALGUNOS DÍAS DESPUÉS


Me encantaba, en mis tiempos libres ir a arrimar el hombro en el almacén de la esquina, claro debía hacerlo a escondidas, debido a la rigidez enfermiza de mi padre en materias tan puntuales. Me absorbía lo artístico que contenía la atención exclusiva y personal que se entregaba a cada cliente y el mismo tiempo, el ir conociendo de alguna manera a cada familia, desde el punto de vista de sus gustos que se advertía por el consumo diario de los productos expendidos en ese fascinante lugar.

Los dueños apreciaban mi afición, además que no implicaba en absoluto ninguna remuneración, puesto que era más bien un favor que se me concedía, permitiendo que yo hiciera las veces de vendedor. El contacto con esas enormes romanas o la rústica pesa, a la que había que agregar peso en redondeles de hierro marcadas con el valor de los volúmenes por un lado y el medio o cuarto kilo de arroz, de azúcar, de harina en fin, del otro lado, me parecían genialidades prácticas de algunas de las cosas aprendidas en la inhóspita teoría de los colegios. Así, mi vida retomaba su normalidad y poco a poco los pasajes vividos allá por el Coinco, se iban ordenando en mi cabecita, como hermosas y dulces aventuras que, por supuesto, pasarían a formar parte importante de mi vida y que muchos años más tarde, debimos enfrentar casi como una ceremonia, un rito intocable. Posteriormente, al referirme a ellas, en todas ocasiones, sería de distintos puntos de vista.

El destino me tenía reservado otro pequeño regalo antes que las clases comenzaran ese año de 1950 y tantos. En efecto, los dueños del almacén a quienes apodábamos los osos, por su colosal apariencia física tuvieron a bien, regalarme un perro policial recién nacido. Estaba muy contento, pues no hacía mucho tiempo que habíamos perdido al “Sultán”, sin embargo, la diferencia de razas, fue evidente, el recién llegado necesitaba de mucho más espacio y no podría permanecer por mucho tiempo en ese estrecho patio de la calle Bleriot, allá en el Carrascal de mis amores. Era enorme para su poca edad y más juguetón que el mismísimo gato.

Entonces, había que pensar en quien podía hacerse cargo de tan hermoso perro y no adivinan en donde estaba la solución… pues en la parcela del tío Eduardo y ¿quien es Eduardo?… el marido de mi tía Ernestina y ¿quién es mi tía Ernestina?…

El mismo tío vino a buscar el perro, y de pasada me preguntó si quería acompañarlo, de manera que el perro conservara una cierta tranquilidad en el tren. Asentí voluntario, sin dejar de pensar que este sería otra oportunidad de encontrarme con mis primitas y en particular con Ana María, sin dejar de imaginar a Lola por supuesto. Mi padre no se opuso. En la tarde ya estábamos instalados en el tren con destino al Poniente de la ciuadad. Al descender en la estación del pueblo, mi tío me dijo:

—prepárate a caminar muchacho… y recordé Coinco con más ardor, puesto que las caminatas por aquellos rincones eran de rigor.

Llegamos a casa cerca de las nueve de la noche… La caminata resultó muy agradable, el tío bastante dicharachero y bueno para la talla… entre medio me lanzó… tus primas no acaban de hablar de ti… la noche, el polvo, el croar de la ranas y sapos, dejo el bochorno perdido allí entre la maleza y la acequia que bordeaba el camino que me conducía directamente hacia la irremediable tentación.

La tía Ernestina y Lola tenían prácticamente la mesa servida de la que los únicos a aprovecharnos de la suculencia de los platos, serían mi tío y yo, los otros miembros de la familia ya habían cenado. La alegría fue grande para todos, y eso incluía, naturalmente, la adopción oficial del perro que conservó el nombre del desaparecido Sultán, de la casa del Carrascal.

Esa visita a fines del mes de febrero, ya nos preparaba a todos para el inicio de nuestros períodos escolares. Pero me encontraba ahora en casa de mis amorosas cómplices y porque no decirlo adorables primitas. También no dejó de aparecer en el decoro la espectacular visión de la hembra que supo con toda dulzura llevarme a los contornos más sublimes del placer y de eso no hacía que un par de meses.

A decir verdad el panorama no era el mismo, ahora la presencia de mi tío Eduardo, como que le ponían un freno a toda actividad clandestina o de indecente curiosidad, por así decirlo. Tampoco íbamos a, ni siquiera, aparentar pacato imprudente, por lo que decidimos recordar con simpleza y reírnos a carcajadas de los detalles no contados en la primera parte de esta novela. Pero, son los chascarros y ese tipo de accesorio, que no tienen, necesariamente, valor literario.

Agradezco a la providencia de este reencuentro y la rapidez del mismo porque me ayudó a despejar todas esas dudas que de cualquier manera, como que te atrapan y pareciera que no quieren soltarte.

Desde otra visión y perspectiva, las cosas tomaron otro cariz, con mis primas digo. Lo de Lola era cuento todavía aparte, considerando que de parte y otra, el interés no era otro que la relación carnal y sus increíbles placeres. Tanto demorarse para expresar la indigna y tan placentera calentura.

Al día siguiente, en el desayuno me parecía que estábamos confinados en una casucha telefónica con respecto del comedor del caserón de Coinco. Las normas elementales de urbanidad eran observadas con toda la ceremonia si además ese día se incorporaba al rito, este hombrecito a pantalones largos e incipientes bigotes, que parecían acordarle un poco más de su propia edad.

Terminado el desayuno, nos fuimos al exterior con la única intención de soltar el perro a campo travieso. La libertad tiene un valor mucho más grande en los animales que en los humanos, eso quedó demostrado al verlo arrancar en una carrera que se traduce en una felicidad indescriptible. Admirar esa demostración animal, fue una faceta ignorada hasta ese día y que me permitió comprender el valor real de la misma. Al mismo tiempo, vi como ya no era cuestión de preocupaciones otras que la del buen convivir con mis primas, mis tíos y naturalmente el de desentenderme por completo de Lola. Al despedirme el mismo domingo, comprendí que una etapa en mi vida, de un necesario aprendizaje, había concluido y sin creerlo yo mismo, sentí un gran alivio… celebré también el haber otorgado la libertad a Sultán, rey de chacras y parcelas. Lo que el destino tenía previsto, no se me pasaba por la mente, hasta que Lola vino a provocar nuevamente esa ansiedad y ese cúmulo de nervios, que incluían ahora al tío Eduardo, presencia no menor en las circunstancias, pero que de alguna manera le agregaban más picardía y aumentaba la adrenalina de un posible reencuentro llanamente carnal. ¿sería posible en ese reducido espacio?
¿estarían las primas, me preguntaba, dispuestas a actuar como alcahuetas de una situación tan especial? ¿me atrevería a preguntarles? ¿Lola, estaría de acuerdo? Las preguntas no disminuían en mi interior… todo era tan distinto. Imaginaba con horror ser sorprendido por el tío y me confrontaba con la misma situación, si fueran las tías y por ende, sacaran conclusiones inesperadas de lo que pudo acontecer en Coinco y de lo que ellas, según todos, estaban totalmente ignaras.

En algún momento me acerqué a Lola y le advertí de mis temores y también le confesé mis ideas… aunque debí decirlo bastante atropelladamente.

—No tenga cuidado, las niñas ya están de acuerdo en ayudarnos, pues fue a las primeras que recurrí… salvo que como era de esperar, pusieron sus condiciones las infames… dijo y se río.
—¿Cuáles son esas condiciones, pregunté con toda la curiosidad del mundo, claro ya un poco más calmado…
—ellas quieren que se quede algunos días, para que yo les devuelva la mano… entiende picaroncito… agregó.

No podía creer tanta solidaridad femenina y además, tan desinteresada, en el buen sentido de la palabra.

—bueno mi chiquito, prepárese porque esta noche… seguí entonando la canción bolero…
—porque esta noche, porque esta noche la paso contigo… saqué silenciosos aplausos de confirmación.
—que me quede, depende del tío Eduardo, respondí y si no acepta, no será tu culpa.
—pero no me mienta, que le gustaría quedarse…
—¿para que te mentiría? Es evidente que me gustará quedarme, aunque sea por un par de días…
—¿cuál de la niñas le gusta más, a ver?, ¿todavía su predilecta es Carolina?
—no, te equivocas… en ese momento me atraganté, y me dije que no podía ni tenía derecho a traicionar esa cosita tan distinta que sentía por Ana María,
—mi predilecta eres tú, mamita, le dije. —mentiroso, agregó. Yo, preferí el silencio.

Los pormenores del porqué me quedé, no los recuerdo bien, pero definitivamente mi universo sexual parecía brillar de todas sus estrellas y como bien decía mi amigo Judas, no, no el Iscariote, definitivamente no: “….QUE LE VA A HACER DIJO EL MOSQUITO VIENDO VENIR EL INSECTICIDA”

El despertar del día siguiente, fue un horror. Quise seguir durmiendo todavía un buen momento, pero el calor al interior de esa casa era realmente insoportable. Las primas además no me iban a permitir que desperdiciara mi tiempo durmiendo… me sacaron prácticamente a la fuerza. Ya en el patio, empezó la diversión porque, el calor imperante, hizo que me esperaran a manguerazo limpio. El agua estaba casi tibia, pero fue un excelente medio de sacudirme la modorra. El desayuno vino luego, allí a la orilla de arbustos, flores silvestres y toda una hortaliza que ocupaba gran parte del terreno y de la que se proveían de todo tipo de verduras. El olor a albacas y tomates era una delicia, sin olvidar el jardín que aunque más pequeño inundaba de aromas exquisitos el lugar.

Llegó la noche casi sin percibirla del todo, luego de amarrar a Sultán y cerrar las cercas de la pequeña parcela, nos dirigimos al interior. Nos dispusimos a cenar, a sabiendas que no habrían gran tiempo a sobremesa, debido que al día siguiente


No me pregunten, porque ni yo mismo supe como hizo Lola para, prácticamente, en el silencio más increíble, estuvo instalada en mi estrecha cama, no había tiempo para grandes fantasías y sabíamos de antemano que los gemidos debían congelarse de manera a poder consumar el acto. Creo, aún conservar los aromas de esta mujer increíble, tan bien dispuesta y con una generosidad a toda prueba. Lo cierto es, que con el silencio que llegó, desapareció con el alba.

AÑOS MÁS TARDE

Vuelve a repetirse la historia, esta vez, desde otro punto de vista y dueños ya, completamente de nuestro libre albedrío. Desde luego, en el ínter tanto, todos fuimos actores de nuestros propios aciertos y de nuestros propios errores. En el transcurso de los años en que no hubo comunicación de ningún lado, la edad fue dejando las huellas de las que no escapa ser vivo. Pero no somos dueños de ese futuro al que tanto nos preparamos y al que tanto nos preparan incluso los políticos y finalmente, lo que nos sucede, muchas veces escapa a toda lógica, o mejor dicho termina finalmente por confirmarla.

Tuve que dejar mi tierra, los detalles están insertos en otros libros más bien de orden catártico que literario, y lo que importa aquí es cómo se termina esta novela, sin dejar de lado, los misterios y recuerdos del inolvidable Caserón. La abuela le resistió a la muerte de mi abuelo todavía por algunos años y cuando ella debió dejar este mundo, necesariamente nos volvimos a encontrar, y entre los familiares, efectivamente mis primas… Sólo por decir que los fantasmas del pasado no se extinguen ni con sahumerios, ni con varitas, ni pócimas del más acá o del más allá.

El que estaba más allá, es decir distante, decide un buen día volver a visitar el país que lo vio nacer, incluso debo confesarlo, con el ánimo de ver y estudiar la posibilidad de quedarme en forma definitiva. Era el momento adecuado, me encontraba joven aún y mis hijos, todavía, podían obedecer, aunque fuera a regañadientes, a los caprichos de su padre. Además uno de mis cuñados, estaba muy bien posicionado en el mercado laboral y ejercía como ejecutivo de una de las grandes empresas del país, esa que otorgan beneficios y prebendas increíbles a sus ejecutivos y que desafortunadamente, caen en el mismo y descabellado canibalismo cuando a remunerar trabajadores se refiere. Sin embargo, esgrimió todos los artilugios habidos y por haber, incluso de hacerme desistir de la descabellada idea de quedarme en Chile, incluso siendo el de alguna manera, no diré fanático, sino tímidamente pro-dictadura, tuvo el coraje del caradura, de decirme que las cosas estaban muy mal en el país. Creo que, de todos modos, me hizo un gran favor. Ya de vuelta a Canadá supe que no pudo –tal vez lo quiso hacer- ayudarme, pues mantenía amoríos bastante avanzados con la secretaria ejecutiva del lugar. Mi hermana no cachaba nadaaaaaa.

Entre tanto, las visitas se sucedieron en el seno de la familia, los amigos y yo habíamos cambiado tan radicalmente, que no hubo casi oportunidad de intercambios demasiado interesantes.

Así llegué a casa de mi tía Ernestina, ya viuda y viviendo en la misma casa, pero esta vez, era una de mis primas menores, las que llevaba las riendas. Se organizó entonces una comida a la que preferí asistir soltero, las precauciones nunca están demás. Entonces llegado el momento de la cena, me puse al día de una cantidad impresionante de sobrinos nuevos, de concuñados de todos los grados y en fin de una extraña muestra de fidelidad para con la familia… Lola, permanecía todavía al servicio. Me encantó verla, ya en los albores de sus 50 años, se conservaba bastante… apetecible por decir lo menos. Antonieta, ¡wowwwww! una belleza increíble, Carolina siempre con aquellos ojuelos de cielo, aunque un poco más ajada, cosa a la que no lograba conformarme, debido al recuerdo perenne de su mirada, sobre todo esa de la bajada del bus y que me hizo pernoctar por allá en el Caserón. Apareció casi al final y con todas las disculpas del caso, Ana María, se veía doblemente hermosa, la madurez le sentaba de película.

No era fácil allí, entre tanta gente, ni hacer recuerdos no participar de ellos a la nueva familia, por lo que pasamos de entrevistas informales y tratando de mezclar pedacitos de aquel pasado, que aún para mi deleite, estaban aún presentes en esas lobas ya cuarentonas. De alguna manera, algo ocurrió para que pudiéramos retomar esa conversación, en otro momento más propicio. Momento que tuvimos que idear, sin tan grandes problemas, el asunto era simple, reunirnos a almorzar, un día de semana cualquiera, en que todos los demás tienen ocupaciones laborales y allí en la misma casa de la tía Ernestina.

Tres días más tarde, ya estábamos saboreando una rica cazuela y entablando con tremenda alegría las reminiscencias del pretérito anterior. Al recordarlas, no hubo al principio otra algarabía que el de recordarlas, pero el efecto del licor, vino chileno, para ser más preciso, fue surtiendo el efecto de un verdadero tango. El entusiasmo y las verdades puestas de manifiesto, fueron avivando esos momentos de placeres nunca olvidados. La dueña de casa, estaba sorprendida y en algún momento dijo:

—no haber sido un poquito más crecidita, lo que provocó una gran hilaridad entre los comensales.

Es cierto que la vida es otra con algunas copitas en el cuerpo y la intensidad fue tomando un cuerpo peligroso pero al mismo tiempo de tan innegable emoción. En todos revivía el fantasma y ahora, porqué no. Claro no fue fácil plantearlo, aunque todo indicaba que allá nos dirigíamos, cada cual a su manera, por supuesto. Lola participaba a ratos entre el ir y venir de los platos. Nunca dejé de dirigirle una mirada que envolvía todos mis deseos. De pronto, sin mediar un acuerdo cuidadosamente estudiado, la dueña de casa dijo en tono de broma, y de acuerdo a lo que se iba enterando,

—¿es decir que un viajecito a Coinco, no sería mal visto?

En cualquier momento se podría decir que nos miramos estupefactos, nada de eso ocurrió, muy por el contrario, la idea, a medida que pasaba la tarde fue tomando cuerpo y entusiasmando pasablemente a todos los allí presentes. La dueña de casa, no hizo más que aprobar con un guiño de la cabeza e incluso fue solicitada para organizar la visita en debida forma…

Claro, no podíamos esperar pasar dos semanas… imposible, además que teníamos que comprobar las disponibilidades del Caserón las que presumimos eran bastante escasas. Rápidamente comprobamos que efectivamente el Caserón no sólo no estaba disponible, sino que había pasado a manos de otros dueños y ninguno de ellos, era miembro ni amigo de la familia. ¿quién lo vendió? Hasta hoy, nadie sabe y lo que es peor aún, no existe sospecha alguna que recaiga sobre ningún miembro de la familia. Pero no estábamos ahí para indagar lo que a nadie parecía interesar.

Esli, se comprometió a comprobar cuales eran las alternativas que podrían ofrecérsenos. Cómo lo lograría y lo logró, finalmente son detalles que aunque semi-serios, los obviaré.

Aparecimos en la misma plaza aquella, un poco más creciditos, pero sin dudas con la misma avidez, un poco más madura por supuesto, que la de esos días. Carolina, no sabemos si declinó el panorama por considerarlo, a última hora, como una aventura sin sentido o por otros motivos que nadie averiguó. Esli, Antonieta fueron las primeras en presentarse a la hora convenida justo en el centro de lo que en esos momentos se había convertido en Comuna de la Ciudad de Rancagua.

Fue un tanto extraño, ver un poco de modernidad, en ese poblado que en épocas de nuestra mocedad, aún no contaba con agua potable. Darnos cuenta casi con estupefacción, que todo el trayecto fue sobre pavimento, cambiaba un poco las impresiones que todos nos habíamos imaginado, claro, teniendo presente un pasado que ya no existía. Ana María, Lola y yo convenimos hacer el trayecto en ahora un delicioso Pullman, con todas las comodidades y sin el encanto primitivo de esas micros atestadas de canastos de mimbre y cargadas hasta el tope, en que una escalera formaba parte del chasis del vehículo, para servirse del techo como zona de carga de todo tipo de hortalizas, aves, conejos y en fin toda suerte de menesteres obligados de la época.

Poco a poco el encanto de un reencuentro similar a el de los recuerdos, fue dejando plaza a la idea de cometer una supina locura, y una vez todos reunidos en el lugar, nos dimos cuenta que el único atisbo de pasado, era la Iglesia que conservaba todavía las huellas de los años y de más de algún terremoto, por la posición de su campanario. Nos miramos desconcertados, en realidad, para todos estábamos cometiendo o queriendo cometer un abuso injustificado y de groseras proporciones.

No se violan los recuerdos, no se acomete contra la dulce felicidad de los evocaciones, de los que la memoria, tuvo en cada uno de nosotros, el enorme privilegio de ir borrando las espinas, para ir dejando solo ese jardín de reminiscencias que era menester conservar intacto, como un grabado hierático y perenne, que ya no podía pertenecernos. Además faltaba toda la parafernalia de la época sin dejar de lado, ni siquiera, el olor a velas, las lámparas a carburo, que en oscuras y estrelladas noches, muchas veces, nos acompañaran iluminando el regreso al caserón. Lo más importante tampoco estaba; el propio caserón, lo habían convertido, mitad almacén, mitad sede de un club deportivo, quitándole todo el señorial pasado y dejando paso a la natural decrepitud, la misma que convierte de manera definitiva, todas sus historias y leyendas populares.

Al echar una mirada nostálgica, a lo que imaginamos era intocable, nos percatamos, no con cierta melancolía, que de una u otro forma, fuimos actores, al menos de los últimos suspiros de pertenencia, que aunque relativamente cercanos, daban la impresión que habían transcurrido décadas, desde ese día próximo a Navidad, que tocara tierra allí en la plaza de Coinco.

Vimos con pánico las veredas de cemento que habían destronado el tierral, escondido la acequia y eliminado los limoneros plantados en su frente. Muchas de sus antiguas mansiones, se habían convertido en modernísimas casas y cuyos automóviles le daban un aspecto de una comuna más del gran Santiago. Convengo que existe un poco de exageración en mis propósitos, pero lo que debo consignar en esta salida de madre, es todo ese contraste que se produjo en mi nueva y nórdica visión, primero de un suelo que hacía más de una década que no pisaba y un lugar que no visitaba hacía ya un poco más de treinta años.

El silencio pareció interminable, hasta que el olor a humitas, pan amasado y a cazuela de gallina, nos despertó de ese sueño que ya habíamos perdido. No tuvimos que decirnos nada, solamente dirigirnos al moderno restaurante y comportarnos con la normalidad, la educación y el debido respeto a nuestros propios recuerdos.

Tampoco era cuestión de melancolías insulsas. Luego de escrutar cada uno el fondo del otro, dejamos paso a la risa sana y reparadora, entonces decidimos celebrar todos los años que Lola llevaba al servicio de la familia de mis primas. La sentamos a la cabecera, hicimos traer la consabida pequeña torta y las velitas, velas que de alguna manera no pudieron estar ausentes de la “velada”; todos, recuperando un poco de felicidad, le entonamos un Cumpleaños Feliz comprometiéndola a ser la legataria de esta magnífica historia.

Terminado el almuerzo, nos dimos una larga caminata, en las que sabíamos era nuestra última visita al lugar. A las cuatro de la tarde, estábamos instalados confortablemente en el “Pulllman” que nos trajo de vuelta a Santiago. En casa, Carolina nos esperaba con la comida servida. No hubo sobremesa esa noche, sorpresivamente y como empujado por una fuerza superior, me levanté recogí mis cosas y me dispuse a quitar el lugar. Detuve mis ojos, una última vez, sobre las comensales que permanecían clavadas a sus asientos y me retiré.

Me alejé con una risa plena, satisfecho del desarrollo de los acontecimientos y de la forma madura y tierna con que habíamos cerrado un capítulo importante de nuestra vidas, con el convencimiento cabal que no podría, jamás ser violado.


F i n

EL AUTOR.

Jaime Alfonso Luis León Cuadra, Monsieur James.

En 1942 nace en Santiago de Chile. En 1975 emigra a Canadá y se instala en la ciudad de Québec. Ha ejercido en el trancurso de su vida como Talabartero, Lavador de vajillas, Aseador, Administrador, Contador, Consultor y Traductor Intérprete. Actualmente en su retiro laboral, es Editor, Escritor y Poeta.

Fue en Chile que sus poemas “Volantín” (1951) y “Las manos del pecado” (1954) suscitan las primeras críticas literarias.

En su exilio canadiense, esboza Sagitario (1990), su primer borrador y que dará paso a su primer libro publicado en ediciones lulu.com. Las posibilidades de la publicación digital le abren otras puertas y le incitan, por la favorable acogida de sus escritos, a seguir creando, aprendiendo y escribiendo.

(2005) Publica, “Escupo Mis Llantos”, Pontevedra España.

(2006) integra la Antología “Poesía Iberoamericana del Siglo XXI”., una edición conmemorativa del XXVI Congreso Mundial de Poetas de la World Academy of Arts and Culture. Ulaanbaatar, Mongolia.

(2007) Es invitado a participar en la Revista Gibralfaro de la Universidad de Málaga, España

(2008) Crea, administra y anima « Radio Piano Bar »

(2008 – 2009) Crea y edita la Antología « Escritorio Poético » Tomos I y II de la desaparecida Revista “Escritorium”

(2009) Invitado a participar en el Homenaje a Andrés Bello que crea la Antología “Azul verde, Verde Azul” que patrocina el escritor colombiano Mario Ramón Mendoza , Publica « Monsieur James » y « Sagitario »

(2009 -2010) Crea y edita la Antología « Piernas Cruzadas » Tomos I y II y tiene otros proyectos de Antologías en vías de realización en el blog: edicionesmonsieurjames.blogspot.com;

(2010) Publica « No, no quería alejarme » luego que su relato del mismo nombre fuere retenido como finalista por el canal de televisión chileno TVN, con motivo de las celebraciones del bicentenario. Es editor de las Obras : « Borrones y Plumazos » de la escritora chilena Blanca Estella BJ. « A Dos Voces » de las autoras chilenas Freya Hödar Nistal y Rafaela Pinto y de « Beatriz Elena Viterbo, confiesa sus amores con José Luis Borges » « Evita, Madona y las Torres Gemelas » del autor argentino José Manuel López Gómez.

Actualmente colabora en páginas literarias como, La Red de Escritores de Coquimbo; La revista de Marcela; Letras Kiltras, Sane Society, entre otras.

El grueso de sus publicaciones se pueden consultar visitando la página de Lulu.com en: http://www.lulu.com/spotlight/MonsieurJames http://stores.lulu.com/store.php?fAcctID=452308
Correos electrónico: radiopianobar@hotmail.com y
monsieurjames@videotron.ca