Ayer, luego de tanto alboroto cotidiano, de tanta violencia verbal y real, que tiene en jaque nuestro globo terráqueo, quise ocupar mis sentidos y mis pensamientos en algunos remansos de paz y de singular alegría.
Las aulas otrora.
Recordé entonces el colegio de antaño y no hablo de 1800, por favor sólo de los años 1950, que es de donde parten aproximadamente mis recuerdos.
EL COLEGIO
En aquellos tiempos (que parecen tan lejanos) la Educación era una Institución respetada, generadora de valores y de conocimiento. El Rector de cada uno de los Establecimientos, ejercía de manera efectiva la autoridad y generaba el clima propicio al aprendizaje.
Al interior del colegio, por lo general, los amigos nos juntábamos con naturalidad, de acuerdo al singular atractivo (aquel simplista del que “nos parecemos” o de esa misteriosa química que surgía desde el primer instante) lo que era aceptado sin dificultades de ninguna índole. En general, todos los de un curso, eran unidos en torno a un profesor (a) jefe (a) y cuando se trataba de representar al curso en particular, todos, sin excepción, gritábamos a todo pulmón, por nuestros pares.
Era frecuente, también las reuniones entre los cursos de igual nivel, así por ejemplo todos los alumnos de los primeros años, efectuaban reuniones periódicas, en que los profesores jefes nos referían sus preocupaciones académicas y de todo orden, incluyendo en ello, incluso problemas bien puntuales y que pudieran afectar el rendimiento de un de nosotros. Todo con el debido respeto, sin necesidad de apuntar a nadie con el dedo. Entonces allí, florecía, de alguna manera, la solidaridad.
También, en aquellas aulas, nos enseñaban a ser responsables y es así que cada curso disponía de un Presidente de curso, un Secretario y un Tesorero. Una vez por mes una hora era dedicada a dichas reuniones y consistían en general a prepararnos para el viaje de estudios de fin de año. Cada reunión era precedida por los temas a tratar y en lo que se daba lectura primero al acta de la reunión anterior, con toda la formalidad y diplomacia del encuentro.
Claro, también dentro de las rencillas, había ciertos parámetros que respetar. De pronto la necesidad de dejar las cosas en claro, era fundamental y cuando el diálogo parecía imposible, se pactaba una pelea a puño limpio, fuera del establecimiento, que cada uno debía y respetaba. Entonces, a la salida del colegio, estos bravos contrincantes se dirigían por lo general a una plaza o algún predio en que la población, no tomará palco. Hasta allí eran seguidos por los compañeros que, no debían perderse este duelo de “machos”
Nada de patadas a mansalva, si uno caía el otro debía esperar que se pusiera de pie y la pelea se terminaba al primer asomo del mentado chocolate en las narices, o un buen ojo en tinta. Terminada esta pelea, por lo general se incitaba a los contrincantes a darse la mano, en son de paz. El fin del combate daba término también a la disputa que lo había originado.
Pero hay otras nostalgias que pululan en los recuerdos y ya esas traen olor a faldas… Continúa
No hay comentarios:
Publicar un comentario