Municipalidad de Quinta Normal, Santiago de Chile (años 50)
Los años 50, no eran años, digámoslo con todas ss letras, muy tolerantes para las travesuras en los colegios, incluso para aquellas travesuras de poca monta. Por la misma razón, acaso, había que urdir de forma maquiavélica las maldades, que muchas veces quedaron en la imaginación y no lograron tomar forma, sea por el miedo al tolerado coscorrón y al flagelo de la retórica filosófica que seguía, por lo general, hasta altas horas de la noche, por un apoderado ceñido ciegamente a las normas pre-establecidas. Un verdadero flagelo.
Así es que, toda una Institución, en aquellos tiempos, fue el Liceo aquel en donde emprendías la enseñanza secundaria y en que lucías tus pantalones largos y pretendías escalar los peldaños de la responsabilidad y a formarte hombre responsable. Cada ramo tenía su profesor, especialista en su materia y además cada uno de los docentes consagrado de una férrea autoridad.
Pero, hablemos de autoridad: a la férula profesoral agreguemos la abusiva. En este relato, la severidad del Rector del Liceo a número de la Ilustre Municipalidad de Quinta Normal. Con tanto celo, los inspectores pagaban el pato. Tanto eludir los arrebatos de los docentes y la implacable sentencia del Rector “preséntese con su apoderado” .. los guardadores del orden en tiempos de recreo, sufrían todo el arrebato de tanta criminalidad juvenil que era acallada por la sola presencia del personaje en cuestión.
Había sí, una especie de respiro, en la forma, luego que se nombraba un profesor jefe por cada curso. Él o ella, pasaba a ser el paño de lágrimas de cada uno de nosotros. Sus consejos eran muy apreciados, y muchas veces oficiaban de intermediarios legítimos entre nuestros horribles desaciertos, no siempre la falta de no llegar con las tareas hechas, sino y sobre todo de alguna maldad, tipo, “me pillaron copiando en un examen”, un comportamiento inadecuado fuera de las aulas “fumándose un rico pucho” y con el uniforme y la insignia que identificaba a los alumnos de aquellos tiempos
Von Mullenbrock, de nombre Alejandro, era el director del Liceo a número ubicado en el corazón del barrio de la poblada Quinta Normal. Personaje muy pintoresco, no sólo por el nombre y el poder que ostentaba y ejercía, sino por una corpulencia física fuera de lo común y un rostro monstruosamente canino . No pongo en duda su “estricta y profunda bondad” sabiendo que fue una vida consagrada a la enseñanza y desde donde algo habremos aprendido.
Me pareció necesario el preámbulo, porque la travesura que sigue, bien vale la pena situarlos en el contexto de la época.
……
Entró, como ya parecía una costumbre, seguido de su padre, a la oficina del Director. Cabizbajo, una cierta culpabilidad por un comportamiento un tanto ajeno a la disciplina en vigor. Sabía que debía mostrarse humilde y resignado al veredicto y mostrar un cabal arrepentimiento, a pesar de su innata rebeldía. No llegaré nunca más atrasado…. se repetía constantemente, aunque sin el más mínimo convencimiento, mientras secaba sus transpiradas manos…
En la solemnidad del momento, y cuando Von Mullenbrock, le señalaba, con su colosal vozarrón, su imperdonable falta, alzó los ojos y no pudo dejar esbozar una maliciosa sonrisa que, afortunadamente para él, fue interpretada como una aceptación completa del rapapolvo.
El muchacho observó a su severo acusador, al centro de una gran fotografía, rodeado de todo el personal del Liceo y que estaba sagradamente custodiada por una puerta vidriada y provista de una minúscula chapa. - Si, el Malito estuviera aquí- hecho a reír en su interior.
La aventura comenzó a tomar forma y el muchacho olvidó el momento de su viviente Inquisición.
…….
El desafío era enorme y eso alentaba aún más su travesura, nunca pensó sí, en las horribles consecuencias que su osadía podría causarle.
Ojala que la ocasión se presente, una idea tan descabellada debe ser ejecutada, decía para sí, en una sonora carcajada.
El destino, tienes sus propios caminos y la oportunidad no demoró en llegar. Dentro de dos semanas se celebraría el tercer aniversario de la Institución y el Rector del Liceo Miguel Luis Amunategui, Liceo, este último, del que surgió la necesidad de construir el Liceo a número y ubicarlo en las proximidades de los barrios más populares, vendría con su retórica a exaltar y consolidar, los buenos oficios de disciplina de su par.
La banda de los pacos (la policía local) tendría a bien interpretar el himno patrio. La ceremonia, tendría lugar en el patio del establecimiento y todos los docentes estaban obligados de asistir, incluyendo naturalmente la masa de alumnos. Era, entonces, el momento propicio para llevar a cabo tan descabellada empresa.
La complicidad fue necesaria, sin dudas, y para ello ya premunidos de los elementos necesarios, sobornaron al personal preocupado del aseo. Con esa seguridad, además del estricto secreto que se juraron, los bandidos se atacaron a poner en marcha su endemoniado plan.
El Rector sería mancillado.
“Paraparam pampampampam parapapam…….” Puro Chile es tu…..
Todos de pie ceremoniosos, menos los bandidos que a una señal se dispararon directo a la escena del crímen.
Desde sus bolsillos sacaron a relucir sus armas y que consistían en una ganzúa, una pequeñísima fotografía, y un inocente envase de cola (para pegar, naturalmente)
Abrieron con impaciente ansiedad la celdilla, midieron con exactitud, desde la gran fotografía, el rostro de Von, recortaron una y mil veces la que pretendían reemplazar y finalmente en medio de incontenibles carcajadas, procedieron a colarla en el lugar exacto. Cerraron con meticulosa seriedad la pretendida hornacina y se dispusieron a terminar a gran coro el himno patrio que ya la orquesta de los pacos re tamboreaba con profundo ardor los últimos y patrióticos versos.
O el asilo contra la opresión parrapapapapam
O el silo contra la opresión parrapapapapam parrrapapapanpam panpam.
Siguieron los aplausos y la ceremonia continuó con la retórica papal, encomendada al infaltable curita párroco del lugar vestido con la inalterable sotana, las togas y demasíes ornamentos que ungían de sagrado poder sus tan repetidas frases.
Para los muchachos, estos momentos les provocaba una intensa culpa y casi no dudaron en echar pie atrás y aprovechar la oportunidad para limpiar su descabellada maldad, que aumentó con el responso del cura, y aunque por momentos palidecieron casi de forma imprudente, decidieron mantenerse imperturbables, casi obedeciendo a un llamado que debía obligatoriamente producirse y del que ellos eran los bienaventurados elegidos.
Otras de ls marchas interpretada por los uniformados, los tranquilizó hasta que la ceremonia llegó a su término con la retórica del Rector del Liceo Miguel Luis Amunátegui.
Aquí comienzan las secretas carcajadas de nuestros héroes, puesto que al finalizar el ceremonial encuentro, las autoridades y el profesorado estaban invitados a un cóctel en la mismísima oficina del Rector…
Los alumnos quitaron el lugar y con sus apoderados regresaron a sus hogares.
…
El regreso a clases, luego del feriado de fin de semana, era el momento cumbre para los muchachos, que no habían parado de reír y al mismo tiempo convenir que de alguna manera, tendrían que hacer frente a su propia osadía. En ese cóctel se desatarían todas las furias, se vivirían los peores bochornos y probablemente se tomarían represalias con gusto a la propia y maldita conquistadora Inquisición, redactadas por el propio Satrapa y bien guardadas en libros de notas.
No les favorecía a los muchachos el hecho que ya estuvieran en la mira de las autoridades docentes y señalados como los de peor conducta, lo que sin embargo, no se conciliaba con su rendimiento puramente académico, que era casi podríamos afirmarlo de excelente.
Trataron de mantenerse serenos. Indagaron pormenores del cóctel con Julito, uno del personal de aseo que de alguna manera había facilitado de cierta forma la imperdonable fechoría. Nada, increíblemente nada había filtrado de ese cóctel y al parecer, nadie habría ocurrido, el retrato de Von Mullenbrock alterado, no había llamado la atención de ninguno de los invitados, y si así fuere, tampoco habrían tenido los cojones necesarios para remarcarlo.
Dos meses más tarde, el “Colorado” escaleras abajo se dirigía más rojo que nunca y entraba como tromba a la sala de clases del 5to. Año de Humanidades. Ignorando casi la presencia del profesor, paseo la mirada e indicando a dos de los muchachos y les ordenó con la voz entrecortada por la cólera (probablemente Mullenbrock lo había hecho responsable) ustedes par de imbéciles, síganme derecho a la oficina del Rector.
Tan sorpresiva fue la orden que definitivamente jugó a favor de los muchachos, pues olvidados un tanto de la fechoría ocurrida hace un par de meses atrás y con la convicción de que los del aseo habían desbaratado tan descabellado insulto, que llegaron a la Oficina del mismísimo Von Mullenbrock con cara de sorprendidos inocentes.
Mullenbrock desde su altura, los miró con desprecio pero tuvo a bien calmarse para no cometer un atropello del que podía arrepentirse toda su vida. Sabía que estaba frente a los culpables, pero no tenía pruebas. Desde su odiosa serenidad, les hizo levantar la vista y dirigiendo su propia mirada hacia el Gran retrato, les dijo casi con suavidad; señores, ¿tienen acaso idea de quien o quienes han cometido semejante desacato a la autoridad máxima de esta Institución de Enseñanza Pública?
Imposible poder relatarles el momento por el que atravesaban los muchachos; de una parte asistían en directo a la consagración de su delito, en segundo lugar tuvieron que contener la risa, además tener el coraje de negarlo todo y como si fuera poco, con una sangre fría a toda prueba hacerse las víctimas de una acusación intolerable.
Mullenbrock miró rubicundo al Colorado, ordenándoles les acompañara a la sale de clases de donde habían sido literalmente humillados y amedrentados, ordenándole perentoriamente que cumplido el trámite volviera inmediatamente a su Oficina. El Inspector General del Establecimiento, no tuvo más remedio que acatar.
Lo que sigue es risible, puesto que el Rector no podía, el mismo, exagerar tan semejante atentado a su poder, su mandato debía permanecer in mancillado. Fue entonces que ordenó retirar al mismo Colorado el Gran Retrato y retirar de él el rostro de un perro buldog a perfecta escala que había suplantado su natural figura.
Mientras El Colorado, sufría la humillación en carne propia, al tratar de retirar esa pieza catasalsas y canina, no pudo evitar una extraña carcajada en el fondo de su propio ser.
Von Mullenbrock por otro lado, ordenó volver a su lugar el Gran Retrato y conminó a su Inspector a olvidar de por vida el mancillador gesto, silenciando estoicamente sus deseos más íntimos de propinar un puñetazo en pleno centro de la institucional hornacina y destruir para siempre lo que seguiría siendo, su propio calvario.
Fin
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