Con enorme dificultad entreabrí los párpados, sentía un olor nauseabundo y un sabor a pavimento en mis narices. La cabeza quería explotar. Accidente pensé en mi abstracción y me asusté. Recuperé rápidamente la cordura, al recordar que la moto la había vendido apenas hacía una semanas y a pesar de mi situación me contenté, al menos de poder recapacitar de mi propio estado, sin saber exactamente que había pasado. La sed empezó a apoderarse de mí y probablemente el agotamiento extremo volvió a sumirme en un estado de sopor y sueño.
¿Cómo te llamai? ¡hijo de la gran puta! sentenció el oficial mientras un muchachote me levantaba la cabeza tirando de los pocos pelos que adornaban mi cráneo. Observé alrededor cuatro otros apocalípticos, tres de los cuales ostentaban condecoraciones y el cuarto que parecía oficiar de secretario. Del único que podía intuir odio era del interrogador, probablemente queriendo parecer a los ojos de sus superiores, como un duro, como un ejemplo. Los otros además de indiferentes al dolor e incluso de la persona que padecía (yo) los abusos permitidos por que sé yo que tipo de órdenes, parecían ausentes aunque demostrando un buen humor indigno de seres humanos y de toda esa chatarra colgada al cuello, probablemente por toda suerte de inventos a la bravura, al coraje, ya que el país no conocía guerras desde hace más de 100 años.
Quise contestar, pero mi boca estaba cerrada de un ruban engomado. El imbécil prorrumpió alzando la voz acelerando la misma e idiota pregunta: ¿cómo mierdas te llamai degenerado!
Arráncale el tapabocas le ordenó al muchahote quien parecía más temeroso que yo mismo, y que debía mantener mis pocos pelos de manera a dejar mi cara de frente al oficial interrogador.
Los de alto rango, se ofuscaron y le reclamaron al oficialito de turno que apurara el interrogatorio conminándolo a ser remplazado en sus funciones sino era capaz de demostrar mas eficiencia, que no tenían gran tiempo que perder y que necesitaban conocer mi identidad en los segundos que seguían, para dejar constancia en los registros oficiales de la Armada.
En realidad yo era un puta madre, que había vivido un tiempo en las tenebrosas cárceles del gran Santiago para luego elegir la calle y todos sus juegos de artificio para apreciar la libertad y sustentarme con el temor de los demás. Entonces comenzó una lucha interna que terminó con una carcajada. Carcajada que se terminó con una violenta patada en los genitales, que me hizo quebrarme en cuatro. El dolor físico fue la mierda, pero no menguaron en nada mi acostumbrado estoicismo, no diré valor, diré costumbre a lo que la vida me había regalado de pequeño.
Volví a reír ya en mis adentros, no quería provocar otra patada de maricones que tenían todo es sus manos, pero me sentí menos basura que el oficialito que ya se cagaba de miedo frente a sus superiores y cuyo desprecio no difería del que por mí podían sentir esa manga de cobardes condecorados. El muchahote en dos ocasiones me soltó del pelo, probablemente por dolor en sus muñecas, por lo que recibía reprimendas del oficialito, y el oficialito recibía reprimendas de los encorbatados e impecables uniformados. Saqué cuentas y mirando con algún optimismo, me dije somos tres contra cuatro, como buscando una salida al inoportuno e inconsiderado momento por el que atravesaba.
Los ilustres, se retiraron del lugar amenazando con volver dentro de los próximos 15 minutos, pretextando la ineficiencia del oficialito y despotricando con la pésima administración de la tortura puesta en plaza por el dictador de turno.
No había atravesado la puerta de la celda en que me tenían encerrado, que el oficialito se abalanzó contra el muchachote profiriendo toda la gama de garabatos. Le vi acrecentar el odio y también vi aumentar el miedo del muchachote aquel, que ya me empezaba a inspirar lástima.
Pensé rápido, tenía 15 escasos minutos para revertir la situación y debía mostrarme fuerte, contundente y convertirme en líder de esos infames, que no se daban cuenta de ser tan víctimas o peores víctimas que yo mismo. La diferencia es que yo estaba más golpeado físicamente, pero estos hombrecitos corderos, eran mancillados en su propio honor de hombres de la milicia chilena.
Aunque permanecí con la manos atadas le grité al Oficial…en un esfuerzo desesperado por cambiar la situación en nuestro favor… Cómo permite que basureen con usted Oficial si aquí el hijo de la gran puta soy yo, y porqué chuchas se desquita luego con este muchacho que parece cegado de miedo. Acaso quiere darles razón a esa tropa de bien parecidos, en vez de ponerlos en el lugar que merecen. Me miró con singular odio y agregó, esta mierda sucede por tu culpa infeliz. El muchacho entretanto, no sabía a que atenerse, mis palabras provocaron en el una cierta solidaridad, pero no se atrevió por lo pronto a pronunciarse en mi favor. Me quedaban 10 minutos para cambiar mi destino y el de las otras dos víctimas que permanecían en la celda. Esta vez, le grite al Oficial que era un cobarde un lame botas, un hombrecito sin dignidad que me daría vergüenza de estar bajo sus órdenes y que no le temía a sus garrotes, patadas ni flagelos. Mientras hablaba iba alzando la voz con la fuerza de la convicción. El oficialito terminó por quebrarse y sin darse cuenta preguntó. ¿Y qué chuchas podemos hacer si estos huevones tienen el poder y las armas? Seguí alzando la voz, el efecto era claro, son solamente tres y en cuanto entren le mostramos de qué estamos hechos. Cómo quisiera confesó el Oficial, el muchachote hizo una mueca de resignada aprobación. Dije enérgicamente si pretendemos salir de este infierno es necesario actuar rápido, el tiempo se acaba Oficial, úselo como un valiente y no como lo que pretendo que no es. El ego le despertó de su letargo y sacudiéndose le ordenó al muchacho, suéltalo. Me miró a los ojos, lo vi liberado y supe que podía confiar en él y él en mí. No terminaba el muchacho de soltarme, cuando se abre la puerta de la celda. Sin proferir ordenes nos abalanzamos cada uno contra su hombre, el escribano quedó paralizado por la sorpresa y con la rapidez que esos encorbatados uniformados habían sido sometidos y dominados….
Cuando desperté nuevamente, me confundí al verme en el mismo lugar, con mucha más fetidez de olor a humo de cigarrillo, una inmensa lámpara que me impedía ver el rostro de los esbirros y casi de inmediato, nuevamente y por la enésima vez, atronó en la maldita celda, la pregunta del oficialito de turno.
¿Cómo te llamai? ¡hijo de la gran puta! volvió a sentenciar, mientras el muchachote me levantaba la cabeza jalando de los pelos.
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