Me senté frente a mi teclado queriendo digitalizar algún deslavado poema o simplemente dejar que mis yemas se pusieran a la caza de letras y de esa manera llegar a conformar un texto que, al mismo tiempo que ameno, contuviera un sujeto interesante. Mi naturaleza, y todos mis “mi” taras que arrastro , imagino hasta la eternidad, había conceptuado otra historia de lujurias y placeres desmedidos.
Desde el punto final del primer párrafo se sucedieron algunas horas. Me distrajo el ruido de la lavadora, el teléfono, y la vecina con sus inalterables historias acerca de su pareja. Confieso que entre el ruido de la lavadora y la implacable vecina, prefería el primero, pero “mi” atávica educación me llevó de plano a desconectar la lavadora y embobarme en las confidencias, inalterables, de mi vecina.
Entre embobado y distraído estaba, cuando las confidencias de mi vecina se hacían cada vez más próximas a la intimidad…
*****
—Disculpe vecino, la verdad es que parece que le distraigo innecesariamente con mis cuitas, dijo;
En ese mismo momento, me dije para si, cálmese vecino, al tiempo que advertía que, a diferencia de días anteriores, ella lucía una falda, que aunque no era mini, dejaban perfectamente al descubierto un par de bellísimas piernas…
—¡no, no vecinita! Me apresuré a replicar, no es eso, no me mal interprete por favor, muy por el contrario su confidencia incita mi dedos a la digitalización;
—¡vecino! Agregó alzando la voz con un tono de enorme coquetería y un tanto ruborizada.
—vecinita, por favor (mis ojos demoraron en despegarse de sus rodillas, antes de mirarla fijamente) no, me diga que entendió “excita”, en lugar de “incita”— le pregunté con toda picardía.
El rubor y la turbación, hizo que de pronto se levantara de su asiento y se dispusiera a partir. Usando de toda mi “gansteril y lujuriosa diplomacia” (la tomé por los hombros, piel que al rozarla empeorara mi promiscua situación, ya que mi ardiente imaginación me llevaba una delantera de locos) me prometí calmarla.
—vecina, no es exactamente lo mismo, incitar que excitar, al menos en el contexto en que fue menester usara, le dije con toda propiedad.
—bueno vecino, es que usted habla tan re-bonito, que de pronto una mujer como yo fácilmente se enreda, ¿no?— agregó con la voz entrecortada.
—ese si es piropo— me apresuré a responderle, al tiempo que la invitaba a retomar su lugar en la silla.
Así lo hizo, con elegancia y con ademán a bajarse un poco la falda, persuadida ya que la tersura de sus piernas no me eran para nada indiferente.
—de veras— dijo, esta vez con la voz más clara, añadiendo con peculiar malicia —no debí ponerme esta falda tan extravagante, dejando entrever una hermosa y casi tímida sonrisa.
—¿extravagante?— le pregunté con teatral asombro y fijándole nuevamente la vista.
—un poco— no cree, susurro.
—no, no vecina, le susurré, osando acercar mis yemas hasta sus inquietas rodillas…
*****
Levanté las yemas de mi teclado y de pronto, volvió el ruido de la lavadora, el teléfono y mi vecina que, de pantalones y de pie, terminaba su inalterable y menos ameno monólogo.
—Disculpe vecino, no pude evitar no leer por encima de su hombro— dijo un tanto ruborizada…
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